viernes, 25 de diciembre de 2009

NOSTALGIAS

Entró el chavea en la expendeduría de tabacos con el paso parsimonioso de un ochentón en retirada. Se acodó en el mostrador, le llegó el turno de entre el bulto de gentes, mesóse la hirsuta perilla, acaricióse la pellejuda sotabarba, decidióse a responder ante la insistencia de una estanquera regordeta, hija de viuda de guerra y heredera universal.
- Puesssssssss…….. ¿Tiene cigarritos Goya?
La estanquera le miró sin arqueo alguno de ceja, con cierta costumbre de choteo silete. Y él comprendió.
- Bueno, puessssssss………., entonces…….. –a todo esto remiraba el muestrario de los anaqueles a la busca y captura de la presa que se le había amontonado encontrar-. ¿Ideales, tiene Ideales de al cuadrado?
……………………………………
Agarró el chavea el vaso con encono, empinó el codo y se desdijo de lo bebido limpiándose la refrescura de los labios, utilizando para ello la manga del saquitillo.
- ¡Joder, compadre…! –taberna El Piyayo, calle Granada, Málaga- ¡Y voy y les pido la ensalada malagueña y va y resulta que es lo mismitico que el remojón granaíno de toda la vida!
- Hay que ver, qué cosas pasan…
- ¿La pedimos y te convences?
- No, si te creo.
….......................................................
Y el chavea releyó parsimoniosamente, como autoimpuesta por él mismo tradición de su casa que era, el papelorio que envolvía la pieza de mazapán de Soto Segura. Y volvió a cruzarse la mirada de soslayo con el fulano de la foto de aquel plastificado, que era como de la familia. Y no se saltó nada nadita nada, desde el “Legítimo y Riquísimo” hasta la retahíla de medallas de oro ganadas en ferias linajudas en Logroño, Pamplona, Madrid y Barcelona (y de plata en Zaragoza). Y respiró aliviado. Eso sí, con la inquebrantable certeza de que cada año hacen los mazapanillos más pequeños y con menos hostia en el culo.
……………………………….
El chavea entabló conversación, la enésima, con aquel viejo que de siempre había estado templando banco en la Fuente de las Batallas. En su imaginario, aquel señor chuleta con bigotillo recortado y sonrisilla franca, que siempre que lo veía le preguntaba que si ya tenía novia y le recordaba lo alto que estaba, era garantía necesaria de mañana soleada y sin aparato de prisas.
- Hombre, tú no te acordarás si quiera de cuando la plaza esta no existía, que la fuente estaba en medio de la intersección de calles –dijo el abuelo.
- Ni mucho menos, claro que me acuerdo.
- Pero eras tú mu chico.
- Ya, pero que me acuerdo. Y de cuando pasaba por estos andurriales el loco ese que iba siempre vestido de falangista y con un chorro meallas en la solapa del uniforme.
- ¡Sí, sí, el que siempre llevaba enmarcada su foto en blanco y negro, con el mismo uniforme puesto, y le decía a las niñas guapas “este, este soy yo de joven”!
Se echaron a reír. El abuelo, con ojillos pícaros, se dejó llevar la mirada pegada a las faldas de una culona de buenas hechuras. Se rascó la frente con la misma mano con la que se subió un poquito la visera de su gorra marrón de paño a cuadros.
- ¡Ayyyyyyyyy, tú que eres joven, disfruta! –dijo al chavea, pero como para sí.
…………………………………….
- ¡Oiga! –el chavea no podía ocultar su desagrado- ¿Es que no tiene de los de toda la vida? ¿De los redondos?
- Hombre, me has pedido caramelos de anís, si quieres bolitas pues te doy bolitas.
- ¡No, no, no: caramelos de anís redondos, pero no bolitas de anís!
- A ver, los que tú dices ya no los fabrican. Son estos, ¿lo ves?, la misma marca, la misma casa, lo que pasa es que por cuestiones de sanidad, para que no se atraganten los chiquillos, o por renovar el diseño, o por que se ha roto la máquina, no sé, han dejado de hacerlos redondos y ahora los hacen así, como ovalaillos.
“Nos ha jodío mayo con las flores” –pensó el chavea- “Sí, pero parece ser que de verdad son estos, sí. El papel transparente con estrellitas azules en las moñas. Iguales que los que siempre se sacaba del bolsillo de la chaqueta aquel primo de mi madre tan viejecito con el que nos cruzábamos por la calle, él dando su paseo poquito a poco, que no podía ni con su alma y andaba lento lento, con el paso corto corto. Siempre llevaba los mismos caramelos, y siempre me los ofrecía con una sonrisa de abuelete satisfecho. Me pregunto si lo amortajarían en el último paseo con un traje de chaqueta, plenos los bolsillos de caramelillos redondos de anís. Pero la textura no es la misma, ni el sabor. La madre que los parió…”
…………………………………….
- Yo me acuerdo de ver para estas fechas piaras, ¿se dirá piaras?, de pavos en la Plaza de la Trinidad, como en las fotos antiguas. Y ahora ya ni venden las zambombas los zambomberos debajo de los soportales de Correos. La vida…
- Chavea, ¿tú que edad tienes?
- Veintinueve para treinta.
- ¡Madre de Dios…! ¡Y lo que te quea por ver!
.........................................................................................
El chavea entró avisado de campanillas en el estanco de marras. No había nadie.
- ¿Qué quería?
- ¿Siguen fabricando Lola?
- Sí, ese sí.
- ¿Pero con el paquete amarillo anaranjado y con motivos suaves, como de hebras?
- Pues… -la estanquera se volvió a coger una cajetilla de los anaqueles que quedaban a sus espaldas, mostrando así generosidad de cachas a ojos del chavea, que no rehusó fijarse en ellas con deleite, acordándose de su compañero de banco al que ya no veía por allí desde hacía casi un año- Parece ser que sí, que es el diseño de toda la vida. Pero no son hebras, son como crisantemos desvaídos.
“¡Crisantemos!” –reflexionó el chavea- “¡La marca que siempre le he visto fumar a mi tío el mayor, angelico mio, con lo viejecito y enfermo que está! ¡Lagarto, lagarto!”
- Bueno, qué, ¿te los llevas? –la regordeta no respetaba nunca los tiempos del chavea.
- No, mejor no –y volvióse para irse.
Estanco vacío. Paso lento, idea rápida. Media vuelta.
- Mira, disculpa…
La estanquera regordeta miró al chavea con cara de póker (“Este tío raro…”).
- ¿Te importaría –dijo el chavea- que te besara en la boca?

domingo, 29 de noviembre de 2009

ARTURO PÉREZ REVERTE Y EL REINO DE LA COCTELERA DE CRISTAL




Para Miguel,
porque seguimos sin novedad en el frente.











Caso A.
Sugerencia de publicación cursada por D. Arturo Pérez Reverte (a partir de ahora EL AUTOR) a D. Niceto Gómez de la Pantufla (a partir de ahora EL EDITOR).


EL EDITOR: Coctelera de hacer cócteles…
El editor había escuchado a su predilecto con cierto rictus de incertidumbre en su rostro cenizo, enjuto, verdoso, de poco dormir y triple bypass. El autor aplastó la colilla de su Güinston en el ojo izquierdo de Margarita, la hija única del editor.
EL AUTOR: Sí, sí, eso mismo: coctelera de hacer cócteles.
El editor contempló abstraído el humillo fino de los postreros estertores del cigarrillo, que se apagaba sobre la foto esmaltada de su única hija abrazada a su futuro marido, alegría prenupcial, en el fondo de un cenicero de recuerdo de boda. “Enlace de Margarita y Francisco “Pacorro”: 29-5-2009”. El colmo de lo kitsch.
EL EDITOR: Ya… ¿Pero habrá piratas o tercios de Flandes o algo de eso?
EL AUTOR: Pues yo pensaba…
EL EDITOR: ¡No, no, no, no, hijo mío, que te veo venir! Piratas o tercios de Flandes, elige.
EL AUTOR: Hombre, yo…, piratas, por variar, no sé.
EL EDITOR: Sí, sí, pero que haya piratas, muchos piratas.
EL AUTOR: Piratas, piratas…
EL EDITOR: Y cama, mucha cama… Bueno, mucha tampoco, que nos crucifican. Tres o cuatro cositas de cama, salteadas, al encontronazo. ¿Podrás tenerme tres o cuatro cositas de cama cada, yo que sé…, cada cuarenta páginas, más o menos?
EL AUTOR: Conforme.
EL EDITOR: Una de las veces que sea una mamadilla, que esas cosas hacen gracia y suenan como anacrónicas…
El autor sintió una punzada de necesidad por preguntar al editor qué había de anacrónico en el sexo oral, pero decidió guardárselo para sí.
EL AUTOR: Bueno, habrá sexo y violencia… y la Historia, con mayúsculas, de trasfondo…
EL EDITOR: ¡Que sí, que sí, pero piratas!
EL AUTOR: … a bordo de un barco…
EL EDITOR: Un barco pirata.
EL AUTOR: …berberisco…
EL EDITOR: ¿Enh…?
Silencio en el despacho. Incómodo silencio de despacho.
EL AUTOR: Piratas moros.
EL EDITOR: ¡Ah, vale… veo que nos entendemos! ¡Y ponme no menos de treinta muertos! Y no me los vayas a despachar en una batalla: treinta muertos bien repartiditos, a razón de un par de muertos por capítulo, o tú ya te avías y los distribuyes en grupitos como te venga bien. Que si ahora un par, que si luego tres, que si cinco de un golpe… ¡pero todos a retortero no!
EL AUTOR: Conforme.
El editor recortó la punta de un habano falso de importación haciendo uso de la cuchilla de una guillotinita chiquitina, como las de las películas de María Antonieta pero en miniatura, en cuya peana rezaba una plaquita plateada: “Premio Larra del Ministerio de Cultura a la concordia editorial y cultural, 2003”. Lo rechupeteó con ansias prostibularias y le metió fuego por el extremo contrario.
EL EDITOR: Entonces echemos cuentas: entre muertos, fornicios y descripciones soporíferas… unas trescientas sesenta páginas, como poco. ¿Cómo lo ves?
EL AUTOR: Razonable.
Ambos caballeros sonrieron y se dieron la mano en señal de trato.
EL EDITOR: ¡Lo ves, Arturo, si la clave está en encontrar un buen título! ¡Ya lo demás lo vamos montando entre tú y yo y, hala, a tirar millas!
El autor sintió otra punzada difícil de clasificar en el cogote. Como un prurito de vergüenza torera. “Menos mal que me queda el articulismo para desquitarme”, reflexionó.
EL EDITOR: Total, finiquitando: en medio año me traes lo que tengas, le hacemos plin plan por aquí y por allá, y mañana mismo le pido al departamento creativo que me vaya preparando una portada cañera con piratas…
EL AUTOR: Pero procura que sean berberiscos.
EL EDITOR: ¡En eso la gente no cae, Arturo, hijo!
EL AUTOR: Bueno, yo aviso, que siempre hay quien…
EL EDITOR: ¡Que les den por culo! ¡Freakis, son freakis: les den por culo!... Total, a lo que íbamos, para la feria de San Jorge del año que viene sacamos a la calle una primera edición de 300.000 copias y barremos, vamos que si barremos…
En estas, el autor recupera una porción de dignidad y, ahora sí, no se deja amedrentar por el editor.
EL AUTOR: ¡Pero el cobro de los derechos de esa primera edición por adelantado, eh, Nicetito: por adelantado! ¡En esto no transijo, faltaría más!

Caso B.
Sugerencia de publicación cursada por Fulanito de Copas (a partir de ahora EL AUTOR) al Exmo. Señor D. Gumersindo Rocales, concejal de Cultura, Juventud y Fiestas, Ordenación urbana, Limpieza ciudadana y Gestión de residuos sólidos del Ayuntamiento de Torredonpimpollo, el pueblo más pequeño de la provincia de Jaén (a partir de ahora EL EDITOR).


EL EDITOR: ¿Y de cuánto estaríamos hablando?
EL AUTOR: Bueno, señor concejal, con que el ayuntamiento colabore al menos con una parte me doy con un canto en los dientes. Aunque sea la mitad de lo que vale la impresión del libro. Luego para distribuirlo por el pueblo y eso ya me buscaré la vida…
EL EDITOR: ¿Y eso se venderá?
El autor repasa mentalmente el número de amigos que tiene, por si le salen las cuentas. No le salen, pero se la juega.
EL AUTOR (con la boca pequeña): Yo pienso que sí.
El editor piensa en el presupuesto del que dispone para la Orquesta Sincopías, que vendrá a tocar a las fiestas del patrón del año en curso. “Si quito de aquí, si pongo de allá… Y, total, es el niño de la Benita, que es buena mujer y medio cuñada de mi madre. Si no hubiese sido por la Guerra ahora vete a saber si le estaría llamando sobrino. Es un poco freaky, pero sanote y no hace daño a nadie con sus cosas... ¡Bueno, qué coño, tampoco vamos a salir de pobres!”
EL EDITOR: Venga, que sí.
Al autor se le hicieron los ojos bolillas. A punto estuvo de lanzarse a abrazar a su mecenas.
EL EDITOR: Pero, a ver, ¿de cuántos ejemplares estamos hablando?
EL AUTOR: Yo calculo que con cien o ciento cincuenta vamos espachaos.
EL EDITOR: Vale, pero la mitad de los libros se los queda el Ayuntamiento, que para eso lo patrocina.
EL AUTOR. ¡Qué menos, señor concejal!
EL EDITOR: Llámame Gumersindo, hombre, que te conozco desde que eras chico…
EL AUTOR: Muchas gracias, Gumersindo.
Ambos caballeros se estrujaron la mano en señal de trato.
EL AUTOR (como con vergüencita): Y… ¿para cuando podré contar con… la ayuda económica esta de…?
EL EDITOR: Tú por eso no te preocupes, las cosas presupuestarias hay que llevarlas a pleno y luego aprobarlas y más tarde cursar el pedido… total, que se plantan algunos meses. Pero al final llega, muchacho. Tú no te preocupes.
EL AUTOR: Hombre, pero a mí me interesaría que saliera cuanto antes, me parece que el libro es una buena idea y no quisiera, ya sabes, que se me pasara el arroz…
EL EDITOR: Pues nada, hijo, parece mentira: ve adelantando tú el dinero a la imprenta. Entre lo que vendas y lo que te vamos a dar nosotros cuando podamos salen las cuentas y recuperas la inversión, ¿no?
El autor aspiró con fuerza el aire del despacho concejil.

martes, 4 de agosto de 2009

UNO DE "ESOS DÍAS"...

Para Marian
La gente que había en la Mos Eisley Cantina se podía contar con los dedos de la mano de un gungan.
Lo parroquia propia de entre semana. Poco más o menos que alguna cuadrilla de obreros de la Interestelar 5, dos o tres fringer a papear de caridad algún bocata de calamares Lekku refritos, una pareja de jubiletas magnaguard contándose batallitas…
—Dices tú de mili: yo me la chupé entera en la MTT, pasándolas putas con el Moff Wessex de los cojones, menudo negrero, el tio…
—Tengo entendido que tenía halitosis…
—No lo sabes tú bien. Le olía la boca a carajo de nerfherder zoófilo…
Una media mañana tranquila, de café relajado mientras se le echa un ojo al Outer Rim Journal o al Old Republican —con sus editoriales de opinión cada vez más escoradas hacia la derecha—, mañana de solysombra, de bostezo, de parados y aburridos, de lamparón de aceite en la portada del As, de ruido de remover fichas de dominó rayando la mesa de madera de sargheet.
—Ponme un Lum.
—¡Coño, chica, hay que ver como vamos tan de mañana!
—Es que llevo un día de narices, y necesito algo que me entre y me arregle el cuerpo.
—¿Y para usted? —preguntó el bardroid a la otra.
—Un cortao… ¡Con sacarina! —le gritó al camarero cuando éste ya se alejaba levitando a por la comanda.
Las dos jediesas —jovencitas universitarias vestidas al estilo de las corellianas, o sea: de blanco ibicenco— escogieron una discreta mesa lejos de la barra, donde poder hablar. A una de ellas se la llevaban los demonios.
—¡Tú que miras, pedazo de murglak!
El pobre parroquiano interpelado siguió a lo suyo, retirando la mirada de las macizas y encerrándose en su etílico mutismo.
—¡Hiiiiiiiiiiiiiiiija míiiiiiiiiiia, cómo estás hoy!
—¡Estresá, Mari Leeia, cómo voy a estar, pues estresá!
—Tampoco será para tanto.
—Mira, nena, pues sí… —Ana Lucía de Cluster y Crossbow (de los Cluster y Crossbow propietarios de una flota de Luxury Liners, que el padre es accionista de Incom y todo, del consejo de administración, vamos, una niña bien, una pija de las galaxias) sacó del bolso su caja de cigarras Nobel, y se la tendió a su amiga María Leeia.
—No, no, a mí el tabaco de Carababba me hace que me vaya de bareta.
—Total, lo que te digo, tía, que no lo veo claro, que no… La An'ya Kuro de las narices me ha dejado dos para septiembre.
—No fastidies…
—Sí tía, las dos troncales. Una de primero y otra de tercero. Las llevo arrastrando.
—Qué fuerte…
—No lo sabes tú bien… —traen las bebidas— Gracias, ¿aceptáis jedcred?
El droide camarero dice que sí y cobra la comanda, momento en el que la joven Ana Lucía cae en la cuenta de que el tipejo de la barra las sigue mirando.
—¡Pero tú es que eres gilipollas o qué!
De nuevo baja la cabeza el solitario aburrido.
—Bueno, lo que te venía diciendo, nena, que la cosa pinta mal. Mi padre está que trina, no se le puede hablar, salta por cualquier cosa, mi madre que no sabe lo que hacer con él, desde que se lo dije la semana pasada no me coge el holocomm cuando le llamo, total…, un show.
—Pues qué lástima.
—Ya ves…
—¿Y Luck qué dice?
Luck Skyfucker era el chico más popular del campus. Alto, rubio, esbelto, ágil, buen deportista y con fama de amante magnífico—no en vano había heredado de su padre el apellido y el gen pasional de los Skyfucker—. Se ennovió con la pava el pasado verano. Sus amigotes le decían que había pegado el braguetazo del siglo.
—¿Luck? —respondió Ana Lucía con pasmo teatral— Al pichafloja ese me parece a mí que cualquier día de estos le voy a dar la patada y lo voy a mandar a zurrir mierdas.
—Que poco fina eres cuando quieres, niña…
—¡Pero si es que no hay dios que lo aguante, tía! Además… —bajó la voz en tono confidencial—, a mí me parece que es de los que les gusta que los pongan mirando a Cloud City.
—No me digas…
—Lo que te digo.
—No me lo puedo creer…
—Para que veas —sorbió de su Lum— ¡La puta, qué fuerte está esto! Bueno, lo que te iba diciendo, que no sé lo que hacer. Me va de culo, para qué te voy a engañar. Y me estoy pensando que lo mismo es que esta carrera no es lo mío…
—¡Pero tía, no digas eso!
—Sí, sí.
—¡Si es una mala racha, tía, espérate que pase!
—No, hija. Ya me lo he pensado, que llevo dándole vueltas al tarro mi buena temporadita y que veo que esto de ser Jedi no es para mí.
—¡Pero qué dices…!
—Lo que oyes. El curso que viene lo mismo me apunto a Farmacia, que pienso que es más asequible…
—¡Pero tía, Ana Luci, no vas a tirar todos estos años por la borda!
—Que sí, que sí, que ya lo tengo decidido. Además, no quiero con esto ponerte de mala leche, pero, ¿te has parado a pensar en el número de jedis mujeres que llegan a algo en esta profesión?
Mari Leeia se queda pensativa antes de responder.
—Pues no sé tía, alguna habrá.
—¿Cuántas conoces?
—Pues…, no sé…, a la An'ya Kuro, sin ir más lejos.
—Una profesora interina, pero vale. Dime otra.
—No sé, ahora no caigo en ninguna…
—¿Ves? ¿Ves? ¡Ni una sola, ni una sola hay! Tía, que te lo digo yo: lo de ser Jedi y llegar a algo en la vida está reservado en exclusiva a los hombres. ¡No hay cojones de acceder a cierto nivel, tía! ¡Llegas hasta aquí y te pegas en la cabeza con un techo de cristal que a ver quién es la que tiene cojones suficientes para romperlo! ¡Imposible, tía, imposible! ¡Coto vedado, reservado para los tíos, qué me cuentas!
Mari Leia parecía afectada en serio.
—Joder, tía, pues nunca me había parado a pensarlo…
—¡Lo ves, lo ves…! Yo no digo nada, tú haz con tu vida lo que quieras…, pero yo me meto en Farmacia, que tiene más salidas.
—Joder tía, me has dejado flasheada… Putos tíos…
—Putos tíos…
Al momento de volver a sorber de su vaso, Ana Lucía de Cluster y Crossbow cae en la cuenta de que el paleto de la barra sigue mirándolas. Ni corta ni perezosa, focaliza su Fuerza mental en la bandeja del lavavajillas, desde donde brinca un tenedor de carne que se lanza hacia el entrecejo del bebedor, frenándose en seco a pocos centímetros de su frente, con el consiguiente repullo de pavor por parte del interfecto.
—¡Mira, capullo —grita Ana Lucía, haciendo que en el vacío garito se vuelvan las pocas cabezas de los presentes—, como sigas con las miraditas la próxima vez no me lo pensaré dos veces…!
—Vale, vale… —solloza el capullo.
Mari Leela está sorprendida de la mala baba que se gasta su amiga esa mañana, y lo deja bien claro.
—Tía, me asustas. Estás alteradilla…
—Ya, tía —responde la jediesa Ana Lucía—. Es que para colmo de males hoy tengo… ya sabes… uno de “esos días” en que una está… más cerca del lado oscuro.
—No, si se te nota…

lunes, 20 de julio de 2009

LA GENTE ESTÁ MUY MAL (II)

—...y por todo esto dedujo Graves que los hongos, en concreto la falsa oronja, eran el agente catártico de los misterios de Eleusis. Ya ves, tan a las claras estaba que nadie había caído en la cuenta. Como en la Carta Robada de Poe.
—Vaya... Menuda coña.
El gallego me pasaba el porrito trompetero, que yo intercalaba entre calada e idem, sorbito corto, de mi pequeña y querida pipa bent. Así echábamos por alto la noche, arrebujados en el Ford Fiesta másviejoquelmear que para el despacho compramos de rebajón supino en Almussafes, hacía medio año.
—Y el Graves ese... —preguntó mi sahumerizado compañero— era cojonudo, ¿no?
—Bueno, tenía sus puntos.
Había llamado aquella tarde a la gorda canallesca para decirle que mi amigo y yo íbamos a pasarnos por su casa para estudiar la pintada amenazadora de la pared. Le metí un rollo de que si estudio grafológico, que si averiguar ciertas nociones básicas fisiológico-morfológicas (el palabro era mío) del autor de la pintura: fijándonos bien en ciertos detalles aparentemente baladíes podíamos aproximarnos a un desdibujado retrato robot del individuo en cuestión, que si altura, que si era diestro o zurdo, que si el trazo del escrito correspondía a una mano femenina o masculina, que si la fuerza aplicada era propia de cierta franja de edad o de cierta otra... Total: una trola entresacada de Estudio en Escarlata y algún que otro librete sensacionalista sobre Jack el Destripador.
—Pero entonces... Robert Graves es el de Rey Jesús —dijo el gallego, rematando el porro.
—Sí, ese mismo. ¿Te leíste ya el libro?
—No suelo leerme lo que me aconsejas.
Ea. Tus huevos toreros.
—Pues me lo devuelves, bonico —le dije.
—No sé ni donde lo tengo.
Después de echar el rato haciéndole cucamonas teatrales, de mucha reconcentración investigadora y todo eso, y sacando fotos de la pintada, mandé al gallego a comprar pintura del tono de la pared de la señora. Ella se extrañó de la cosa, no se lo esperaba. “Bueno, no querrá usted tener el insulto este en la fachada de su casa”, le dije. “Es la prueba del delito,” me contestó, “y por mucho que pueda ofenderme, no debo entorpecer las pesquisas borrando el principal indicio”. “No se confunda, señora,” me atreví a discrepar, “necesitamos saber si esto ha sido un hecho aislado o el individuo en cuestión tiene ánimo de acosador y repintará sobre lo borrado”. “Si eso fuera así, la cosa cambia, ¿verdad?”, indagó doña Encarnación, con una lucecilla titilante en el fondo de sus acuosos ojillos de vieja gorda canallesca. “Hombre, por supuesto, de ser así la cosa concurriría más preocupante, usted sabe”.
—Robert Graves entonces... —comenzó a decir el gallego, liándose otro porro— No, quiero decir... ¿a ti cómo te da por leer todas estas cosas?
—Y yo qué sé.
—Joder, macho, eres más entretenido que... que el mundo, tío.
—Menudas guardias nos hacemos, ¿eh?
En ese momento, un tipo joven, de andares achispados y gorro de punto como boina de bellota abrazándole el melón, se acercó a la pared de nuestros desvelos.
—Espera, espera, espera... —se puso en prevención mi compañero.
El joven trasegó bajo su abrigo, miró a izquierda y derecha, el gallego preparó la cámara para la foto finish y...: epa, el fulano se sacó la churra y a mear.
—No te molestes —tranquilicé al gallego, con la pipa colgando mustia de la comisura de mis labios—, si este no podía ser. Vamos, como no fuera que el culpable de esta chorrada resulte más listo de lo que me he supuesto... lo cual dudo, la verdad sea dicha.
—No me empieces a tocar las narices, Daniel.
—Tranquilo, gallego, no tardará en aparecer.
A doña Encarnación, una vez terminada de blanquear la pared de su casa y desaparecido de la vista de cualquiera el “Eres gorda y canallesca”, le di las buenas tardes y me despedí de ella. “Pero, ¿cómo?,” era toda sorpresa, “¿y ya está?” “Bueno, señora, usted confíe en nosotros. El protocolo indica los pasos que debemos seguir. Aguardaremos un tiempo prudencial y si la pintada vuelve a aparecer usted nos avisa y tomaremos entonces las medidas oportunas.” “¿Cuáles?” “Vigilancia, seguimientos, confeccionaríamos una lista de sospechosos..., lo común”. “¡Y por qué no empiezan a hacerlo ya!”, estaba ofuscada la tía. “Comprenda que si resulta un hecho aislado no merecería la pena”. “Entonces, ¿ustedes ya se desentienden?” “Hombre, nosotros esperaremos a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos”. “¡Le digo que esto es bochornoso, señor Hurtado!” “No se irrite, doña Encarnación, y confíe en los profesionales”. Y así la dejamos, trinando.
—¿Qué hora tienes? —pregunté al gallego, ya que el reloj del salpicadero no funcionaba (cosa de los vehículos de ocasión).
—Las... doce y media..., no: la una y media.
Iba yo listos con el Watson toxicómano.
No fue ni decir la media cuando doña Encarnación abrió la cancela de su casa. Tan grande como era, su figura se contraponía cómicamente con la de su pequeño yorkshire, al que dirigí una mirada de rayos y centellas desde la penumbra en que nos ocultábamos mi compañero y yo. El gallego se rió, sospechando lo que se me pasaba por la mente.
—Mira el perrillo, qué bonito... —musitó con tono irónico.
—Vete a la mierda.
—Menudas horas para sacar al chucho a hacer sus necesidades.
—La señora no tendrá alfombra en la entradita.
—Pero mira —señaló el gallego—, lleva su bolsita y todo para recoger la caquita de su cuchi-cuchi.
Doña Encarnación llevaba efectivamente en la mano derecha una bolsita reliada, la propia de los cívicos ciudadanos prestos a recoger las deposiciones de sus mascotas. Algo que, y bien lo sabía yo, no resultaba propio de su carácter.
—Ya —dije con desgana—, ve preparando la cámara.
—¿Cómo? —el gallego pareció realmente sorprendido.
Me flipaba el poso de ingenuidad del que solía hacer gala mi partner. Tal vez fuera por eso por lo que lo apreciaba tanto: aún conservaba la capacidad de sorprenderse del género humano.
Doña Encarnación de nosequé y nosecuanto, mientras que su infecto yorkshire olisqueaba las farolas de la urbanización y sembraba cacas diarreicas a troche y moche, sacó de la bolsita que traía en la mano un botecito de pintura negra en spray y lo meneó con el vigor propio del más diestro grafitero (o de la pajera más salvaje) y ahí que se puso a pintarrajear la pared de su casita.
—Anda y échale una buena sesión fotográfica —indiqué a mi amigo, encendiéndome de nuevo la pipa, que había dejado que se agotase.
—¡No me lo puedo creer...! —comentaba mi ingenuo compañero, entre cliqueo y cliqueo de la automática—. ¡Es que parece de coña...!
—Pues no, querido amigo, es más que lógico. Por lo que me contó en el despacho quedaba claro que la tipa es una pobre criatura, más sola que la una, y a la que no hay dios que le haga caso. No tiene hijos, su marido, que sí que estaba bien relacionado en vida, murió dejándola al aire de sus conocencias, y me dejó entrever que sus sobrinos, con los que alguna relación tuvo de esas de “yo soy tu tita preferida, ¿a que sí?”, ya ni la visitan. Esa insistencia plomiza en contarme sus grandezas y sus amigos tan influyentes, y su buen nombre que tenía que mantener, y que tal y que cual, no dejaba lugar a dudas: la tía se aburre y ya quisiera tener de tanto como presume. Pobre...
—Buscaba amiguitos con los que jugar.
—Algo así, gallego, algo así. Llamar la atención más bien. Vamos, que alguien se fije en ella.
Doña Encarnación terminó su capilla sixtina y se metió en su portal, no sin antes reclamar a su Cuqui, me parece que le dijo, que entrara “en la casa con mamá”.
—Y ya el perrillo faldero me remató la intuición —comenté al gallego, que acababa de retractar el objetivo de la cámara.
Tomó el nuevo porro recién liado y lo encendió, dándole una calada expectorante. Ambos mirábamos a la nueva pintada de la señora, sin decir ni mu. Hasta que me decidí a hablar.
—Pues sí, esta sociedad crea monstruos patéticos. La puta soledad, la deshumanización. La vida de demasiada gente es tan triste... Y me creo que vamos a peor, gallego.
—Pffff.... La gente está muy mal.
—Pues sí.
—¿Y ahora qué? —inquirió mi compañero.
—¿Cómo que ahora qué? —le miré fijamente— Que le seguiremos el rollo hasta que se harte de nosotros y deje de soltarnos billetes por hacer el paripé.
—Y serás capaz...
—¡No te jode, si te parece no comemos este mes, ni pagamos facturas ni nada! Coño, de algún lado hay que sacar. ¿Tienes algo mejor?
—Bueno, he pensado montar una cerrajería veinticuatro horas.
Di una calada al porro que el gallego me ofrecía.
—Mira, ¿ves? —confesé ya con la boquilla de mi bent entre los labios—, esa respuesta no me la esperaba.
—Ni yo me esperaba que esta vez la vieja escribiese “canallesca” con “y”.
Me fijé. Efectivamente. No pude reprimir la sorpresa, y se me coló una sonrisa plena de satisfacción.
—¡Coñe! ¡La tía es guasona!... ¡Empieza a caerme bien!

miércoles, 15 de julio de 2009

LA GENTE ESTÁ MUY MAL (I)

—Comprenda usted, señor Hurtado, que mi posición es más que respetable, como antes se decía entre la gente de educación. Tengo amigos, ¡qué digo amigos: amiguísimos!, en ciertas esferas, usted ya me entiende, importantes, muy importantes. Influyentes. Y enemigos poderosos, que todo hay que decirlo también. La calidad de la persona se conoce por el nivel de sus enemigos...
La imaginación se me fue al Doctor No, así, sin quererlo. Luego pasé al Joker, a Fuman Chú y a Moriarty.
Friki de los cojones...
—Doy por sentada su discreción, señor Hurtado.
Ah, y también se me vino a la perola el Doctor Gang, y el tío ese del cuerno de Dragones y Mazmorras (cómo es... ¡Venger, Venger es! Muy pocos saben que en realidad era hijo del Amo del Calabozo. Pero yo sí que lo sé. Soy un friki con recursos), y me permití la licencia de acordarme del Doctor Doom, que ya ves tú lo que a mí me importa la Marvel... Por cierto, menuda caterva de malos con el doctorado hecho. La lista no tiene fin. Un puto reflejo de la vida misma. El Doctor Maligno, el Doctor Octopus... Seguro que Bin Laden es doctor en algo (nota mental: buscar en la Wikipedia los estudios superiores de Bin Laden).
—¿Señor Hurtado, me está usted escuchando?
—Sí, doña Encarnación, no pierdo jopo.
—¿Qué?
—Nada, usted ya me entiende.
—Bien, me gustaría saber si entonces puedo contar con sus servicios.
La vieja aquella del perrito faldero ya me había tocado sobradamente los mondongos con la tontería de la pintada amenazadora. Yo no sé lo que se pensaría la mujer que iban a hacerle. Si la violaban hubiera sido un favor, pero pura quimera tal posibilidad. Matarla: el favor seguro hubiese sido para los vecinos. Además, la pintada de la que me hablaba no dejaba claro las intenciones de los acosadores. “Eres gorda y canallesca”.
Hombre, tenía arte la cosa.
—Pues mire usted, señora —le respondí al fin—, yo por mí le hago el encargo, pero honradamente es mi deber decirle que no veo la cosa como para tanto, y contratar a un detective sólo para saber quién o quiénes le gastan una broma de mal gusto, sin más, pues qué quiere que le diga...
—Si es por el dinero...
—¡No, no, el adelanto es muy generoso, señora, eso ya se lo digo yo! Pero se lo comento por mera ética profesional. La cosa cambiaría si hubiera recibido usted alguna amenaza más específica.
—¡Lo mismo me dijo la policía y por eso he acudido a usted, señor Hurtado! ¡Si este caso le parece poca cosa me marcho con mi problema a otro detective! ¡En Madrid abundan, y el trabajo escasea!
Pero la tía no hizo ni el ademán de levantarse de la silla.
Qué se pensaría la gorda, que me chupo el dedo. Para que terminara encargándome a mí la mierda esta ya le había tenido que ir con el cuento a más de uno que por supuesto la había mandado a freír moñigas. Yo era bien consciente de mi posición en este negocio: el último plato, el nuevo, el becario, el de coña, el vagón de cola, el de lo que nadie quiere. Venga ya...
—No, señora, nada de eso, usted no se preocupe. Mi compañero y yo nos encargaremos de su caso convenientemente. Y ahora, si me disculpa...
Me puse en pie con el gesto prototípico de “le acompaño a la salida”, aprendido en una jartá de películas de..., de películas.
—Le ruego discreción nuevamente, señor Hurtado. Comprenda que para mí este asunto es bochornoso, un verdadero quebradero de cabeza. Mi dignidad está en juego, dejo el buen nombre de mi persona en sus manos. Confío en usted. Es algo inaudito, incomodísimo. Piense que yo tengo una reputación que mantener delante de mis amistades, que son todas de calidad. Sin ir más lejos mañana estoy invitada a una recepción en la embajada de...
—Sí, sí, señora, pero le ruego sepa disculparme —mi mejor y más cínica sonrisa custodiaba mis palabras— tengo muchos otros asuntos que resolver esta mañana y ya sabe lo que se dice...
Esperó la tía burra a saber lo que se dice, mirándome fijamente con estúpido interés.
—Que el tiempo es oro y esas cosas... —respondí con vulgar improvisación.
—En tal caso, seguiremos en contacto, señor Hurtado.
—Por supuesto, doña Encarnación. No daré un solo paso sin que usted esté convenientemente informada.
—Buenos días entonces.
—Buenos días.
Cerré la puerta, se me descabalgó la sonrisa y busqué al gallego con la mirada. Estaba el tío descojonándose en sordina parapetado tras una revista de tías en cueros, medio derrengado en el sofá de tres cuerpos de la salita de estar.
—Menuda cotorra —me dijo.
—Pesailla.
—Un coñazo. ¿Y qué es lo que pone en la pintada?
—“Eres gorda y canallesca”.
—Y cotorra —se rió—. Todavía me voy esta noche y le pongo la coletilla.
—Falta hace, gallego.
Me volví camino de mi despacho, donde me esperaba un Montecristo de buen calibre envuelto en papelillo de seda color verde, regalo de una buena amiga, y que aquella mañana merecía ser fumado a la salud de doña Encarnación de nosequé y nosecuanto, viuda de otro que me importaba un carajo, y de sus neuras de vieja chocha harta de billetes.
—Daniel.
—Qué pasa, gallego.
—Que sepas que el perrillo se ha cagao en la alfombra del hall.
Dirigí una mirada de furia al suelo de la entradita. Efectivamente: una catalina más grande que el puto yorkshire.
Me encendí. No te jode...
—¡Será la tía gorda y... y... canallesca!

lunes, 6 de julio de 2009

ELEGÍA A MICHAEL JACKSON EN EL DÍA DE SU MEDIÁTICO FUNERAL

Te moriste,
¡hay que pitufarse!
Te moriste, niño eterno,
siempre eterno: blanco nuclear.

Las sirenas de las ambulancias,
aspas zumbonas de los helicópteros,
pedos de monja, rebuznos de obispo,
música acuática: blanco nuclear.

Entre ramalazos tristes de falso ingenuo,
te moriste, animalico mío,
como se mueren los héroes:
atiborrado a Prozac.

Nos dejaste,
claro que nos dejaste.
Nos dejaste, claro
claro: blanco nuclear.

Y no te comprendieron las rosas,
y no te descubrieron las pencas,
ni las duendas tetonas.
Te moriste, muchacho... vaya por Dios.

Desamparaste, viudos, a tu mono y a tu tigre,
¿o acaso los habías vendido, hijo mío,
criaturica, para hacerte de un puñado
de un puñado de pastillas,
no más?

Acabose, terminose y afanose
el forense: cortaplumas.
Te moriste,
mantequilla sin sal.

Y lo siento,
de veras, créeme, que yo lo siento.
Porque siempre en lo más hondo
de un payaso hay un hombre.

Blanco nuclear. Corderito de Norit.

Te moriste,
ahora que me noto más Vázquez Montalbán que nunca
vas y te mueres.
Peor para ti.

Porque por eso yo te dedico —misico, misico—
estos versos subnormales, surreales, suturales
de forense.

No me gusta, no me gusta que te encierren
en la urna.

De Blanca Nieves, niña, de Blanca Nieves,
en la urna.

Piénsatelo bien, Maiquel Yacson,
piénsatelo bien lo de haberte muerto.
¿No te das cuenta, animal de bellota,
de la poca decencia estética de lo que tú has hecho?

Maiquel Yacson, por favor,
dame un minuto y te lo piensas.

Las abejas de la granja del oso Bubú,
las panfilias sinópticas de raíces psicotrópicas,
los helados de fresa, el braguero de Gualter Disney,
los corazones rotos, las pegatinas de Super Pop...
¡Macho, pero en qué estabas pensando!

Ya te veíamos rarillo últimamente,
distraidillo, acarajotado...
y, mira por donde, era que te estabas muriendo.

Dijeron anoche, en las noticias,
que estabas calvo y sin tabique nasal.
Yo les indiqué de tu parte
que los negros —por lo general— no tenéis ternilla en la nariz.

¿Y sabes qué me contestó el de la tele?
NADA, macho, NADA.
Porque los señores que salen en la tele no pueden escucharte
(salvo que entres en directo, supongamos, por una llamada al programa).

Pero a los telediarios, Maiquel,
por si no lo sabías,
no llama nadie.
Vamos, no suele.
Antiguamente el regidor,
pero ahora con el pinganillo
se ha perdido romanticismo.

¡Ay, ay, Maiquel!
¡Sé que me entiendes, que reconoces en mis palabras
la fuente de toda franqueza!

Rugen los animales perversos,
secan las horas el ojo de los peces.
Mírate al espejo, Maiquel, mírate.

Estás desmejorao.

martes, 30 de junio de 2009

COSAS QUE NUNCA TE DIJE (PORQUE PA QUÉ...)

Mi novia regresó del coqueto cuarto de aseo de aquellos amigos nuestros con una sonrisa de satisfacción golosona adornándole la carita. No me podía ni imaginar a qué se debía aquello. Pensé: el desahogo intestinal, el solaz roce sabrosón del onanismo, el hallazgo casual de los turbios secretos de belleza de la íntima, la zafiedad del desbroce gaseoso... Risilla, risilla.
Los amigos estaban en la cocina, preparándonos agasajos culinarios.
—¿A que no sabes qué? —dijo mi novia en voz baja.
Ni respondí. No sabía qué. Si yo supiera qué me estaría ganando la vida en el Retiro, de mentalista, o en la CIA, leyéndole el pensamiento a los terroristas de Al-Qaeda (“¡Planean atentar en el McDonald´s de la 57 con Park Avenue!”).
—Cuando vivamos juntos también lo vamos a hacer nosotros, que me ha parecido un detalle la mar de discreto.
O estaría cubriéndome de millones en Las Vegas, apostando duro y jugando a cualquier juego con baraja de por medio, partiéndome el orto ante la limpidez que supondrían para mí las estrategias de mis adversarios.
—Es que estos dos tienen unas cosas... Son de detallosos...
O seduciendo a mujeres en las que pudiera sorprender cualquier indicio mental de atracción hacia mí, de pasiones ninfomaníacas o de desamparos faltos de achuchones a la lúbrica desesperada.
—Mira si son discretos, que dejan al lado de la jabonera del lavabo una cajita de cerillas...
Incluso entrando en los mayores bancos del mundo, averiguando las combinaciones de las blindadas, con un simple vistazo al backstage de los ojos de los directores de oficina, y robando con guante blanco el contenido de las cajas de seguridad.
—Y le he preguntado a la Inma: ¿Inma, para qué está aquí la cajita esta de cerillas? ¿Y sabes lo que me ha dicho?
No. no lo sé. Si lo supiera estaría escrutándole la mollera a señoronas ricas para conocer cuántos son y dónde se guardan sus caudales, haciéndome con las claves de la seguridad de sus caserones, solitarios y embalsamados con lavanda. Sí, entonces entraría en ellos con nocturnidad y me haría de oro con la mágica facilidad de la que pudiera hacer gala un Arsenio Lupín cruzado con Anthony Blake.
—Pues que lo pone para que si tú crees que... bueno, que huele mucho lo que has... las flatulencias y tal, pues enciendes una cerillita...
Visitaría al Papa y sabría al instante, de una mirada, si cree realmente en Dios o nos está engañando. Participaría en reuniones de alto nivel diplomático, costeado a precio de oro por los mandatarios del planeta, deseosos de que yo fuera testigo fidedigno de todo cuanto se hablara, todo cuanto se firmara entre un país y otro, dando fe de la veracidad de lo pactado, de las intenciones claras y sin ambages de los signatarios de acuerdos importantes en seguridad, no agresión, comercio, inversión en desarrollo...
—Y así se queman los gases que huelen peste y ya no te da vergüenza que viniendo de visita le hayas dejado el retrete oliendo a perros muertos...
Y esos mismos países me sobornarían para hacerles creer a los otros las verdades o mentiras que ellos decidieran, y mis servicios serían un continuo trajín del mejor postor. Yo supondría un serio peligro para muchos, pero otros tantos defenderían mi vida a cualquier precio, manteniéndome custodiado como el mejor tesoro, la mejor arma, para la paz de Occidente... o de Oriente (viviendo en Dubai como un rajá todopoderoso...).
—¿Qué te parece? ¿A que es buena idea?
Al final, las naciones se arrodillarían a mis pies, mi poder derrumbaría sistemas e impondría otros nuevos. Yo controlaría el mundo, alertaría de los peligros, desarticularía las amenazas. Todos me considerarían como un juez suprahumano, como un semidiós. Alguien en quien descansaría la Paz mundial, la esperanza y la buena guía hacia un mañana luminoso: la realización, al fin, del sueño de la Humanidad. Sería su dirigente supremo, elegido por abrumadora mayoría. El mundo entero me aclamaría, se entregaría a mí sin fisuras a cambio de que mi don fuese utilizado para el Bien, de que yo fuese el faro que les indicase el buen puerto al que arribar. Yo sería el padre de una Nueva Era.
—¿De qué habláis? —Inma llegó con una bandeja de canapés.
Mi novia sonrió como una niña chica y se le ruborizaron tiernamente las mejillas.
—Nada..., de peos...
Las dos rieron con cuchufleta traviesa. Ay, Dios...

viernes, 19 de junio de 2009

ME CAGO EN MI SUERTE...

Cristiano Ronaldo cobrará 13 millones de euros brutos por temporada.
MADRID (AFP) El delantero portugués Cristiano Ronaldo podría cobrar en el Real Madrid un salario bruto anual de 13 millones de euros por temporada, convirtiéndose en el futbolista mejor pagado del mundo, según el rotativo deportivo Marca.
—Sabes... —dijo Romera pasándole el porro a García—, yo con trece millones de euros al año, ¿sabes lo que haría?... ¿Sabes lo que haría?
—Qué...
—Pues ni idea, macho..., no tengo ni idea de lo que sería capaz de hacer.
Trascurrieron un par de minutos de absorto silencio, contemplativo, trapense. El entorno del parque natural actuaba acompasado, sutil, etéreo, magnificente. Las migraciones primaverales, puertas con el estío, llenaban de color y rumor aquellos parajes lujuriosos de vida.
—Yo... —esta vez hablaba García—, yo creo que me compraría una casa...
La risa tonta, desfallecida, se dibujó en la boca de su compañero.
—¿Una? ¡Cien, colega, te puedes comprar cien casas si quieres!
—Hombre..., cien tampoco.
—¿Que no? ¡Haz cuentas!
Cuatro o cinco minutos de silencio contemplativo. Porro de relevos. Calada profunda, exhalación tranquila. Goce. Relax. Doñana de fondo. La marisma.
—¿Eso es un águila calzada o un azor? —pregunta García.
Romera toma los prismáticos con lentitud teatral. Se los acerca a los ojos entornados y, tras otra caladita espirituosa, reflexiona unos instantes. Instantes volátiles.
—Eso es un águila calzada, macho.
Pasa un minuto largo, desleído en vahos.
—Claro..., si aquí no tenemos azores —sentencia García.
Los dos compañeros ríen como al relentí. Se achata el porro.
—¡Mátalo! —ofrece Romera.
—¡Mát... mátolo! —y se ríe del puro hallazgo— ¡A quien habría que matar es al Cristiano ese de los huevos!
—Anda que no, tío.
—Y al Florentino y a to su casta...
—Sí... —y ríe también Romera con la risilla tonta—. Qué bruticos somos...
—Pero es que la cosa tiene bemoles. ¡Qué obscenidad, macho, qué sin sentido! Y luego nos echamos a la calle a vitorear a este puñado de... de...
—Hijosdeputa, dilo, García, dilo: de hijosdeputa...
—Con la crisis que llevamos a cuestas y los niños muriéndose en África sin qué llevarse a la boca...
—Yo creo que eso lo pensamos todos —Romera comenzó a liar un nuevo trompetero, el tercero ya de la aburrida jornada—. Bueno, y quien no lo piense no tiene entrañas.
—Yo..., yo a veces creo... creo que esto tiene que reventar por algún lado, tío. Que tarde o temprano volveremos a cabrearnos los desterrados hijos de Eva y a meterle cuatro tiros a más de uno por... por amoral. ¡Más anarquismo y menos fútbol!
—No creas, la peña está agilipollá...
—Ya, eso es lo que más me jode, tú...
Otros tantos minutos de silencio acompañado, encendido de peta, caladas profundas, de nuevo la mente vuela, el entorno acompaña.
—Me da un coraje... —comenta García.
—Sí, para que ese idiota cobre lo que va a cobrar, cuántos estarán trabajando como esclavos por cuatro perras marranas, cuántos muriéndose de hambre.
—Cuántos sin trabajo y a pique de hacer una locura.
—Y luego esos son los mismos que van y les ríen la gracia a estos cabrones.
—Sí.
—Los mismos, eh. En lugar de echarnos todos a la calle y decir hasta aquí hemos llegao.
—Nos echamos a la calle pero para celebrar sus victorias, sin pararnos a pensar que para que ellos cobren lo que cobran deben generar una burrada a los que los contratan, y los que los contratan deben trincar a base de bien de aquí y de allá, y mientras, jaja jiji, los demás tomando por culo..., sueldos miserables, ahogados con hipotecas, sin horas en el día para vivir, vendidos, esclavos...
—Qué mal repartío está el mundo.
García mira al horizonte. El esplendor de Doñana.
—Somos gilipollas, macho.
Un hombre tambaleante se asoma detrás de unos setos. Romera reacciona.
—¿Y eso?
Toma los binoculares. En el aumente observa que se trata de un joven entre treinta y cuarenta años, de pelo castaño repeinado hacia atrás aunque con cierto desaliño, barba sin afeitar de bastantes días, patillas prominentes, camisa a rayas verticales rojas y blancas remangada hasta medio antebrazo, pantalones con algún jirón pero buenas hechuras, polito Blueberry´s azul cielo anudado sobre los hombros y el medallón al pecho.
—¡Ostias, el romero pródigo! —exclama Romera.
—A las... ¿cuánto? ¿Tres semanas?
—Sí, ya va para un mes.
Romera trasiega por el hueco de la abierta ventanilla del Patrol benemérito. Toma la cacharra trasmisora y le sopla al oído.
—Unidad quince a central, unidad quince a central... Envíen equipo sanitario, repito: envíen equipo sanitario. Rociero localizado con éxito, repito: rociero localizado con éxito. Responde a la descripción facilitada. Procedemos conforme al protocolo. El sargento García me acompaña para realizarle las pruebas periciales. Cambio y cierro.

miércoles, 3 de junio de 2009

Y por eso...

Para Amparo y Concha.

—Y por eso es por lo que yo opino que de ejemplo de renovación nada, y que nos venden la moto de que es un gran adelanto modernizador para la Monarquía que no se ajusta a la realidad. Si lo piensas un poco te das cuenta del truco. Y no es porque la Monarquía, ya de suya, sea incompatible con cualquier clase de contempore..., contemporani... contemporeainiza... contemponización..., bueno, con el signo de los tiempos. ¡No, qué va! El asunto no es de forma: es de fondo. Porque, a ver, con tanto de que la Letizia Ortiz trae aires nuevos a la Casa Real, con que es una mujer de mundo, moderna, emancipada, normal y corriente, un espejo en el que se pueden mirar todas las mujeres dinámicas y rabiosamente emancipadas. ¿He dicho ya lo de emancipada? Sí. Bueno, eso. Que no, vamos, que no. ¿No le parece a usted, señora, que lo que han dado en realidad, delante de nuestras propias narices, es un paso atrás? A ver, hemos sido víctimas de un engaño, de una quimera de esas. ¿No lo ve? ¿Eh? ¿No lo ve usted? ¿Eh, señora? Porque la tía..., Letizia, doña Letizia, la Princesa de Asturias vamos, la próxima reina de España, que está por ver, pero bueno..., Letizia, digo, va hacia atrás como las tortugas..., como los cangrejos, quiero decir. Que va para atrás, vamos. Socialmente, a nivel de emancipación femenina y esos rollos. Porque ella era emancipada, vale, y libre, vale, y dueña de sí misma, como una mujer moderna, y ahora está comiendo mier... está amordazada por lo, por la, por los protocolos y eso de la Casa Real, y ha cambiado mucho, usted lo ve en la tele y las revistas, ha perdido chispa, naturalidad...: emancipación. No es ejemplo para la mujer moderna, todo lo contrario, es la renuncia misma de los logros de toda mujer libre y... emancipada. Usted perdone, es que no encuentro otra palabra mejor para definir el asunto y me repito, ya sabe usted que las cosas hay que llamarlas al pan pan y al vino vino... Bueno, que a mí me parecían más emancipadas y más dueñas de sí mismas las reinas antiguas, como Isabel y Fernando, esto, Isabel. ¿No? ¿Me entiende? Que mandaban en sus territorios y se casaban con los reyes y todo eso y mantenían sus dominios, y mandaban y los..., los tenían bien puestos y no había quien les chistara, ¿sabe?, y aportaban al matrimonio, sumaban, no restaban. ¿Me entiende? Vamos, que ahora nos dicen que lo moderno es que un rey se case con una plebeya, que eso es moderno, pero la plebeya..., la plebeya, ¿qué es la plebeya? Una vagina, nada más, una vagina. Una fábrica de hererdeci... de herederitos. Pues eso, y las reinas y las princesas de antes con sus matrimonios hacían alianzas entre territorios, y evitaban guerras, y estrategias, y aportaban..., y no dejaban de ser dueñas de lo suyo, eran poderosas, ¿me sigue?, no eran meras vaginas. Y la Letizia Ortiz sólo sirve..., no tiene otra cosa que ofrecer a la Nación, digo, a la Corona... Y eso no es, ¿sabe? Eso no es. Vamos, que sí, que viene del pueblo y tal, pero la han anulado en su personalidad y ahora sólo vale para saludar en las recepciones y parir niños, ¿sabe? ¿Y eso es signo de modernización de las Casas Reales? ¿Desvestir de su dignidad personal a una mujer de hoy en día para convertirla en una simple vagina procreadora? Las reinas de antes por lo menos aportaban otras cosas al matrimonio, no restaban, sumaban. Esas sí, sí que eran... emancipadas. ¿Me comprende? Aunque eran antiguas sumaban, no restaban, y mandaban tanto como sus maridos porque no renunciaban a lo que tenían. Eran reinas y a ver quien les tosía. ¿Me sigue?
Doña Virtudes, de Acción Católica, afiliada al PP y presidenta de las damas del ropero de Santa Engracia alargó su brazo ebúrneo titilante de pulseras. Le entregó a Jorgito Palotes, hijo de la vecina del piso de arriba, un calcetín viudo y una camiseta húmeda con la bandera tricolor y el lema “A por la Tercera” campeando en el pecho de algodón.
—Muchas gracias, señora, la próxima vez le pondré mejor las pinzas, que estará usted hasta el moño de que cada dos por tres se me caiga la ropa del tendedero.
La señora le sonrió y cerró la puerta. Su marido, que leía el ABC en la salita de estar la recibió sin despegar la vista de la columna de Antonio Burgos.
—Manolo, qué razón lleva el niño de la vecina...

miércoles, 20 de mayo de 2009

¡La pobreza está de moda, cojones!

Para Juan Bedmar,
con todo mi cariño y admiración.

—¡Ser pobre está de moda, cojones! —le dijo el pobre roñoso uno al pobre roñoso dos, como en un chiste de Mingote— ¡Está de moda, Joaquín, está de moda, lo llevo visto yo, cojones!
—Mira Tuertolatroje, no sabes ni lo que parlas.
Tuertolatroje se puso aproximativo, apoyó las coderas en las rodilleras, exhaló humo de colilla revenía mezclado con vaho de Don Simón y entornó el ojo bueno, como para confiarle a Joaquín de las Calzas Bravas un gran secreto.
—Es un hallazgo, Joaquinito, una verdad más grande que los dogmas de los papas... Fíjate que empecé a pensarlo cuando reparé en la anorexia esa, en las ganas locas de las chiquillas de estar tirriosas, como las hijas de la hambruna y la guerra. ¡Cómo se les iban las chapetas de buscar el no comer, Joaquín, date cuenta, como si les faltara pero sin faltarles! ¡Y se enferman las muy bobas, por no comer, por contarse las costillas por verse guapas, que dicen ellas! ¡Cuando de toda la vida el despiche era propio de los que no teníamos parné para manduca! ¡Y ahora a la manduca le hacen ascos, Joaquín, que de pasar hambre han hecho moda!
—Eso es verdad...
—Antes, cuanto más tenías más gordo estabas, mejor color. Ahora los ricos pagan por pasar hambre, con las dietas esas del carajo. Ser delgaducho, con mala pinta, era señal de pobre: ahora lo buscan los ricos. Y no sólo eso, también comen los ricos como nos veíamos obligados a comer los pobres, y lo pagan a gusto. ¡Y eso es lujo, Joaquín, y se lo cobran bien! Cuando no teníamos más que para pan negro nos volvíamos locos por hincar el diente en pan blanco... ¡Y ahora el más caro de todos es el pan de los pobres! ¡El integral ese que le dicen! Y desayunan cereales, comida de bestia, de la que sólo comíamos cuando no había más remedio, para engañar el boquete del estómago.
—Anda que no.
—¡Y la leche, Joaquín, la leche desnatada esa de tanta moda..., pero si es la leche bautizá de toda la vida, la rebajá con agua, que ni era leche ni nada, un ardid de pobre para sacar de dos cántaras cuatro y estirarse el jornal con el engaño! Y antes, si te pillaban en la estafa, te multaban y hasta había cárcel...
—Buenooooooooooooo.........
—Y las papas a lo pobre, que por algo se llaman así, y las migas, que tú verás la clase de comida de necesidades que era... ¡pues lo más caro si vas de restaurantes, lo más caro que es! ¡Tiene huevos la cosa, si mi madre lo viera, con la falta de carnes que tuvimos! Bueno, Joaquín, y para qué contarte la perra que les ha entrado a los turistas por alquilar las cuevas de mi pueblo, nene, que se las rifan, y hasta ayer era un derribo puro. Allí nacimos los que no teníamos ni para un techo de paja, allí, donde mismo los animales se guardaban, a las afueras del pueblo, señalaos que estábamos, como gitanos, comiícos de liendres y de pulgas, y ahora te vale una cueva como un lujo grande, como si fuera palacio. ¡Todo lo que era antes de pobres ahora lo pagan bien los señores con dineros!
—Yo también nací en una cueva.
—Claro, y sin saber que era el Palace, ¿verdad? Pero ahí no acaba la cosa, chacho. Los zapatos eran cosa de ricos, nuestros pies sólo calzaron alpargatas. ¡Y ahora te las hacen de diseño y las jovencitas delgaduchas esas, de las que te hablaba antes, se gastan un pastizal en esparteñas! ¡Esparteñas, Joaquín, esparteñas, no zapatos de charol! ¡Venga, hombre, el mundo del revés!
—Llevas razón.
—¡Claro que la llevo! ¿Es que no lo ves? Oye, tú, ¿y a que los ricos de nuestro tiempo estaban blancos como el papel y se guardaban de morenearse por no dar a entender que les hubiera dado el sol?
—Gordos y lechosos.
—¡Ahora pagan por verse delgadicos y retostaos, como cuando se buscaba mi padre el duro de jornalero en los campos de los señoricos! ¡Negros como el serón, y más negros si pueden! ¡Y se apuntan a gimnasios, que cuestan dineros, para deslomarse por deslomarse! ¡Si mi padre que en paz descanse estaba trabajao de tanto cargar con fardos y darle a la vara de la aceituna! ¡Mi pobre padre, por cobrar cuatro perras, y ahora lo pagan, pagan para ponerse a sufrir los músculos, para destrozarse a sudores y partirse la espalda en un gimnasio! ¡Y eso es salud! ¡Coño, Joaquín, mi padre estaba la mar de sano con el ejercicio físico que ahora recomiendan los doctores! ¡Lástima que mi padrecico se me muriese con cuarenta años de un catarro mal cuidado de cuando iba a recocer el esparto en las lagunillas! ¡Coño, y se murió sanote a base de ejercitar la musculatura!
—No, si al final íbamos a ser nosotros los privilegiados...
—Joaquín, que mi madre se rejuntó luego con uno de las eras por buscar quien la ayudara a sacar adelante a mis ocho hermanos, y la miraron mal, y la pobre la recuerdo llorándome y diciendo que ella lo que quería era casarse como Dios manda, pero que no lo hacía porque si no le quitaban la poca ayuda que le daba el Estado por viudedad, y además que no tenía ni para pagarle al cura las bendiciones, que hasta para eso había que soltar ahorros. ¡Joder, y ahora se rejuntan los hijos de los ricos y se pasan todo por el forro, lo que antes era obligado y mal visto ahora es por gusto!
—Hombre, yo eso lo veo bien.
—Y yo, Joaquín, que no critico, que sólo te quiero hacer caer en la cuenta del asunto.
—Cómo ha cambiado la vida...
—¡Sí, pero que los que ahora viven en cuevas por capricho nos dejen los pisos a los que tuvimos que nacer en ellas por necesidad! ¡Y los que se gastan un dineral en papas a lo pobre en un restaurante nos conviden a langostinos a los pobreticos que no los hemos catao!
—El otro día, Tuertolatroje, me enteré de una ayuda para la emancipación que da el Gobierno y que el hijo de los señores esos catedráticos que a veces me regalan la ropa que se les ha quedado pasada de moda la ha pedido. Son doscientos euros para los jóvenes que no puedan hacer frente a un alquiler y han saltado de su casa. Pues bien, el chaval sigue viviendo con los padres, pero se saca esos eurillos porque un primo de los padres le ha hecho un contrato de alquiler como si viviera con él, y es mentira la cosa pero se embolsa el subsidio.
—Yo también me sé de uno que va siempre con prisas a cobrar el paro en la caja de ahorros porque mientras ha dejado a medias la faena que por otro lado se busca y que cobra en negro. Nunca le falta tarea a ese de quien te hablo, porque la cobra barata, sin iva y sin dar cuenta de impuestos.
—Joder, quitándole el pan a quien de verdad lo busca honradamente.
—Sí, Joaquín, sí, así es. Ahora, a los que no les hace falta también trapichean la caridad del Gobierno, y sin que se les caiga la cara de vergüenza.
—Lo que faltaba, Tuertolatroje, los ricos han acabado por robarnos hasta las cosas propias de los pobres. Menudo sindios...
—¿Lo dudabas?

lunes, 18 de mayo de 2009

Maupassant, ese gran salido.

Pues sí, Maupassant paseaba con su amigo Flaubert —otro que bien baila— por los arrabales parisinos de la orilla más canalla del Sena, cuando se les cruzó por derecho un par de obreras alegrotas, jóvenes, rollizas, de mejillas sonrosadas y sudores mermeládicos, unos moños a la deshabillé de peinas y andamiajes, carnes firmes, algo sucias y dignamente frescachonas.
Cogidas del brazo andaban rápido con un contoneo de caderonas fértiles, recién salidas de su fábrica de gorras, pobretona y atestada de jovencitas como ellas, hembras en estado puro, carne de Mérimée.
La conversación entre ambos caballeros fue la que sigue.
—Gustave.
—Dime, Guy.
—¿Te has parado a pensar que debajo de esas faldas...
—Sí.
—Y debajo de esos refajos...
—Sí.
—Y debajo de esas enaguas...
—Sí.
—Y debajo de esos pololos...
—Sí.
—Y debajo de esas calzas...
—Sí.
—Y debajo de esas bragas...
—Sí.
—...no llevan nada, las muy putas?

martes, 12 de mayo de 2009

Angelico mío...

Josep Pla se parece a Josep Pla en que los dos son de Palafrugell. No, espera, hay más.
Josep Pla descubrió a Josep Pla cuando en el instituto le hicieron leer El carrer estret, entonces le hizo gracia la coincidencia y —como la adolescencia es una edad muy mala— le dio por fumar cigarrillos de liar y endosarse de vez en cuando chaqueta negra. Incluso probó cómo le quedaba la boina, pero a sus diecialgo años la cosa se le hacía cuesta arriba.
Total, que se conformó con fumar de liar —que él llamaba “caldo” para sorpresa de sus colegas, que se reían sin saber de qué— y llevar chaqueta negra de vez en cuando.
—¿Niño, para el bautizo de la sobrina te vas a vestir como de entierro?
Le dijo su madre al verle bajar las escaleras.
—Mamá, me gusta así y punto.
—Es que eres más raro, Josep...
—Sí, mamá.
Creció, pasó a la universidad, se metió en Románicas y luego hizo el curso puente para Filología Hispánica. Escribía versos, publicaba plaquetes (o como se diga), pasaba las tardes tontas de tertulia en tertulia, admiraba a los de cursos superiores porque los veía como luchadores idealistas, pasaban los días, se acostó unas treinta veces en cinco años de carrera con, que se sepa, dos amigas y una novia rollete, le gustaba posar de humilde, se las daba de conocer la literatura finisecular del Modernisme temprano mejor que nadie, decidió hacer un doctorado sobre el Modernisme temprano (“y la influencia simbolista de Charles Nodier en los artículos residuales de la prensa filoconservadora catalana: el caso de Jordi Costansa Gavina”), hizo los dos años de doctorado, le dieron el Diploma de Estudios Avanzados, su padre le dijo:
—Josep, va siendo hora de buscarnos algo, eh.
Él se pasó el aserto por el forro, siguió de tertulias nocturnas, se reencontró con algún que otro admirado alumno de cursos superiores trabajando de camarero, trabajando de segurata, estudiando oposiciones —o jurando que las estudia—, no diciendo lo que hace con su vida, porque no hace nada y lleva un tratamiento con antidepresivos... Total.
Una mañana, nada más levantarse de la cama (12:34 am, ya pm para algunos) se dijo.
—Yo soy escritor, por Dios, cómo voy a huir de eso.
El sentido trágico de la vida se le aferró al gaznate. Se lió su primer cigarro sin peinarse ni quitarse el pijama, lo rechupó, se miró de reojo los dedos amarillentos de años de liar tabaco, se sonrió, lo encendió, tosió y expectoró verdoso, como de viejo de ochenta, y se revistió de Pla.
Con la bata a cuadros cubriendo su blancuzca anatomía, decidió comenzar a ser Josep Pla. Contaba con veintisiete años y quería ser Pla. Pla, a su edad, ya llevaba mucho mundo corrido y se merecía terminar siendo Pla, pero Josep pretendía ser el último Pla sin pasar por los otros Pla y, ni mucho menos —por cuestiones de tiempo ya irrecuperable— iba ya a convertirse en Pla desde la temprana edad en que Pla puso la primera piedra para llegar a ser Pla.
—Me voy a hacer un blog.
Se dijo.
Le hizo gracia. Su propio Cuaderno Gris. Cada día escribiría, desde su desencantada óptica, de las cosas pequeñas que le sucedieran a diario, con una visión entre poética y desapasionada, propia de un cronista de lo único que es honradamente ponderable: su propio existir. El colmo de la modernidad, qué coño.
Antes de decidirse a dar el trascendente paso, se remoloneó consultando el correo electrónico, mirando alguna pamplina de power point que le había enviado algún colega de promoción de vida tan anodina como la suya, contestándole al mail con “XD”, “;)” y chorradicas similares, se metió, por meterse, en una página porno heterodoxa y escatológica (13:28 pm), se descargó (13:32 pm), volvió a lo suyo algo más relajadito, consultó nosequé puñetas que se le vino a la cabeza, se dijo “venga, tio, no remolonées” y se conectó a Blogger.
—¡Cómo —exclamó sorprendido—, que tengo que abrirme una cuenta de Gmail para hacerme el blog! ¡Pero qué coño se creen éstos!
—¡Nene, la comida!
La madre gritó desde la cocina (13:41 pm).
Josep Pla dejó para más tarde lo de comenzar a ser Josep Pla.

viernes, 8 de mayo de 2009

Pérez Reverte y los piratas

Julián Muñoz, ponente en los cursos de verano de la Universidad
ELPLURAL/ANDALUCIA


Arturo Pérez Reverte se dijo:
—Eres la ostia, Arturito.
Y apagó el portátil. Se puso en pie, se recolocó el pantalón vaquero después de tanto rato sentado, contempló la pantalla del portátil hasta que se hubo cerrado correctamente el Window, lo dobló como quien hace lo propio con un libro, agarró la cajetilla de Chester, sacó de ella a su último inquilino, le metió fuego y estrujó la cajetilla de Chester.
Lanzó camino de la papelera la bolita de papel, plástico y sello del Estado, como para un enceste perfecto. Pero erró el tiro: la papelera se le movió.
—Puta marejadilla cartajenera.
Arturo Pérez Reverte salió de su camarote a cubierta con el empaque de un torero, palpándose el paquete y aullando humo azul.
Se acercó —manteniendo perfectamente el equilibrio entre vaivén y vaivén— hasta donde se encontraba Javier Marías, un poco a proa, con las patas colgando por entre el barandillaje y sus dedos regordetes asidos al frío metal con resudores fríos y pelados.
Mondos y lirondos.
—¡Qué! —estampó Pérez Reverte un manotazo en la espalda a su colega— ¡Andamos jodío!
—Algo de eso...
Pérez Reverte se descojonó.
—Ten cuidado no me vomites en cubierta, que me desluces el trabajo del calafate y luego cuesta darle arreglo —se sentó a su vera, en postura similar pero con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Y el místico?
El místico era Juan Manuel de Prada.
—Por ahí andará —contestó Marías como buenamente le salió la voz del cuerpo.
Pérez Reverte miró para atrás.
—Pues yo no lo veo, o es hombre al agua o está de rosarios por sus aposentos...
—Lo segundo, lo segundo... —dijo Javier Marías antes de soltar una bocanada amarillenta que terminó haciendo espirales entre las olas picudas del Mediterráneo, previo a ser engullida por la mar.
—¡Hala! —expresó el capitán del velero— ¡La próxima vez va a invitaros a un fin de semana marinero vuestra puta ma...!
Javier Marías interrumpió a Pérez Reverte con un imperioso gesto de mano, como un stop. Acto seguido le señaló un puñado de cartas abiertas que permanecían bien agarradas, evitando el desparrame, sujetas bajo su culo.
—Coge la primera... —le indicó a la T mayúscula.
—¿Esta?
—Sí.
—Es el programa de los cursos de verano de la Rey Juan Carlos. No tardará en llegarme la carta a mí también, como todos los años.
—Mira quienes son los ponentes del seminario que organizan sobre prensa y corrupción política.
Pérez Reverte leyó, entornando los ojos. Marías volvió a lo suyo de las bilis removidas.
—¡Coño! —exclamó la T— ¡Será una broma!
—¡Ja! —ironizó Marías.
—¡No me lo puedo creer!
—Pues así es...
—¡Lo que faltaba!
—Tú verás...
—¡Este país está cada día más cerca de transfigurarse de una mierda en una puta mierda! ¡Una putísima mierda!
—Y con dinero público...
—¡Y con nuestro dinero, el tuyo y el mío, Javier!
—Hombre, no se puede negar que el ponente conoce el tema sobre el que va a disertar...
Pérez Reverte se puso en pie, con la carta estrujada entre su puño. Habló como para la mar.
—¡Mira que esto se va por el váter, que se va por el váter! ¡Una sociedad que encumbra a los tíos asquerosos, corruptos, ladrones, como modelos a seguir, y que encima se regodea poniéndolos como ejemplo, que los mira con simpatía y les permite acceder a puestos de responsabilidad política e incluso a que pontifiquen en los paraninfos, una sociedad que le ríe las gracias a esta caterva de miserables es una sociedad ridícula! ¡Quijotes, nos dicen: Sanchos, Sanchos es lo que somos, y de la peor calaña! ¡Miserables, mezquinos, el imperio de la mediocridad! ¡Bien que lo sabía Cervantes! ¡Si es que tenemos lo que nos merecemos! ¡Un país de picaresca por defecto, de tonto el que trabaje! ¡Garrote, garrote le daba! ¡A éste lo mandaba yo a galeras!
Y lanzó al agua la bola de papel retorcido de la carta con el programa de la Rey Juan Carlos. Javier Marías le miró con cara de cordero degollado.
—Arturo, coño, que en el sobre también me venía el cheque por la conferencia que di el año pasado...
Pérez Reverte miró primero a su amigo, al puñado de papel que se desbarataba sobre el oleaje picudo del agua salada después.
—No te preocupes.
Dijo, y saltó por la borda, nadando a brazadas hasta donde se encontraba el cobro al portador.
—¿Y ese, adónde va? —preguntó Juan Manuel de Prada, que acababa de subir de manolearse en su camarote.
—A resolver una cuestión de honor —respondió un cada vez más mareado Marías.
Juan Manuel de Prada contempló cómo Arturo Pérez Reverte luchaba a brazo partido contra el oleaje, con riesgo de la propia vida, para rescatar sano y salvo el cheque al portador de Javier Marías.
—Marista... —susurró, como para sí, el autor de Coños.

lunes, 4 de mayo de 2009

Tuneo conceptual

Clarín.com
LA CRISIS ECONOMICA INTERNACIONAL
Cifra récord de desocupados en España: ya suman cuatro millones.

Madrid. Corresponsal

Baldomero el Zancas tuvo un padre maquis. El bueno de Baldomero debe su apodo a dos paturras como de metro y pico cada una. Dicen que su padre, el maquis, era chiquitico chiquitico, y que el hijo le salió igualito que Mauricio el cartero de Tragaloperro, provincia de Soria. Pero eso es otra historia (provincia de Soria... provincia de Soria...).
Baldomero el Zancas ronda ya los sesentaitantos, tendría que estar jubilada la criatura pero no encuentran a otro que haga mejor su trabajo, y mientras el cuerpo aguante...
Él dice que su oficio le gusta, que como no tiene a nadie esperándole en la casa —Baldomero es solterón antiguo—, pues que echa el rato en sus quehaceres, y charla con los oficiales que tiene a su cargo, y así pasa el día. Siempre hablan de política o de fútbol, y ni de lo uno ni de lo otro se baja Baldomero del burro: él es del Numancia, republicano, con carnet de la CNT desde 1972 y el mejor jefe de jardineros que ha tenido nunca el palacio de la Zarzuela.
Esa mañana de mayo se encontraba tomándose un cafelito en las cocinas de palacio, mientras leía los titulares de El País y parlamentaba con Jacinto Pérez y Pérez, fregantín de suelos y platos finos, asesor en cristalerías de la Casa Real y camarada de Baldomero en la CNT (se sacaron el carné juntos, la misma mañana de aquella borrachera).
—¡No te jode! —exclamó Baldomero— Dice aquí: “la gripe A”, y el otro día en la tele se pusieron finústicos con eso de “la nueva gripe”, y dale con lo de “la nueva gripe”...
—La gente, que no le sale de los mismísimos dejar a Dios vivir, siempre inventando.
—Que yo no digo nada, pero que si es la gripe porcina, pues la gripe porcina..., pero la fineza esa de “Nueva gripe”, parece el nombre de una colonia fundada por Pizarro...
Jacinto se sonrió.
—Hubiese sido un nombre muy a tono...
—¡Qué sí, Jacinto, que todo esto lo hacen para tenernos engañados! ¡Que lo del tuneo conceptual funciona, y nos abotargan, y nos aborregan!
—Ya, se empezó con lo políticamente correcto y hemos acabado así...
—¡Qué coño hemos acabado, si esto no ha hecho más que empezar! ¡Juegan al mareo, Jacinto, que te lo digo yo...!
Jacinto estaba quitando el carmín de las copas con filo de oro. Carmín de princesa de Asturias, buena pieza para un fetichista.
—Y con lo de la crisis —dijo—, ni te cuento. Ya ves, primero que si estamos en “crecimiento negativo”, “desaceleración acelerada”, luego que si “recesión”...
—¡Crecimiento negativo, la Vírgen del Carmen! —Baldomero era anarquista pero muy devoto— ¿Qué carajo es el crecimiento negativo?
—Con lo fácil que es decir: nos vamos todos al garete.
—¡A tomar por saco!
—A la mismísima caraja...
—Pues espera, que con los despidos que son “ajustes de plantilla”, las subidas del precio de la luz y del gas que nos las ponen como “actualizaciones de tarifas”...
—Queda hasta bonito.
—Sí, muy vistoso.
Baldomero volvió a hundirse en el mutismo de los titulares de prensa. Jacinto acabó de secar la vajilla Pickmann de Alfonso XIII, algo desportillada desde la visita de los primos griegos de Doña Sofía.
—¡Bueno, y esto es lo mejor! —el Zancas había encontrado otro titular de los de traca— Les ha dado a estos de los medios de comunicación por llamar “desocupados” a los “desempleados” de antes, que son los “parados” de toda la vida...
—Será por no herir sensibilidades...
—¡Cómo si buscarse un trabajo no fuera suficiente ocupación para los pobreticos! ¡“Desocupados”! ¡Valiente capullo el que le dio por inventar el disfraz!
—Sí, pero es que así todo queda como más festivo, Baldo, todo parece como un perpetuo picnic...
—Este país se va a la mierda...
—Al “humus de sustrato fertilizante”, querrás decir.
—A tomar por culo, te digo.
—No utilices lenguaje homófobo, Baldomero.
—¡Yo utilizo lo que me sale de la...!
Sonó el timbre acampanado, el ancestral “busca” de cuerda y badajo.
—Te reclaman —dijo Jacinto.
—¿A mí?
—Viene de la rosaleda.
—¿Qué querrá ahora?
—Lo mismo a las little white pet les hace falta “humus de sustrato fertilizante”...
—No te rías, cabrón.

miércoles, 29 de abril de 2009

Buenos días, Carla Bruni...

Madrid. (EFE).- El presidente francés, Nicolas Sarkozy, y su esposa, Carla Bruni, han almorzado como invitados en el Palacio de la Zarzuela, donde han sido recibidos por los Reyes y los Príncipes de Asturias ante una nutrida representación de los medios informativos.

Carla Bruni se desperezó como una niña chica. Estiró sus bracillos de junco galo, bostezó como un cachorrillo de labrador y se frotó los ojazos de mala de los Tres Mosqueteros que Dieu le dio. Las sábanas de satén negro se le resbalaron por el torso, como una cascadilla silenciosa.
Carla Bruni se rascó por debajo del flanín izquierdo, se calzó la sonrisa y dio un brinco de mimada melancólica. Rebuscó los totos elásticos que guardaba en el joyero rococó que María Antonieta legó a su fiel dama de compañía, Margot, la fatídica mañana de octubre de 1793 en que supo que definitivamente no le haría falta aquel artilugio de pedrería y oro para guardar collares. Carla Bruni guardaba totos elásticos en él, algo mucho más republicano.
Tras hacerse dos coletillas traviesas terminó de ponerse en solfa. De pie, pisando la alfombrilla camera como una bailarina, de puntillas, se deshizo habilidosamente de su única prenda de pijama: unas braguitas escuálidas de algodón blanco crudo. De un certero movimiento de pierna las envió a la esquina más alejada del dormitorio, dando a caer sobre una pelusa remolona que se agazapaba bajo la silla chippendale de seis mil euros que solía utilizarse como escalerilla improvisada cuando de clavar alguna alcayata se trataba.
Paseó las presidenciales porretas hasta el bidé del cercano baño, se aseó con tesón el exquisito potorro y corrió, cual cervatilla, hasta la cajonera de su ropa interior, en el vestidor anexo.
Esta no, esta sí, esta tal vez...
—¡Nicooooooooooooo!
Sarkozy le respondió desde la lejanía un “qué” casi inaudible.
—¡Veeeeeeeeeeeeeeeeen!
Mientras el Presidente de la República de Francia llegaba desde donde estuviese hasta el cajón de las bragas de su señora, Carla parecía contrariarse por momentos. Su carita de niña mala inició un mohín de fastidio. Se puso con los brazos en jarras.
Sarkozy entró en el dormitorio, buscó a su señora con la vista y localizó su culo desnudo en el vestidor. Se acercó a ella y le estampó un beso (¿dónde...?).
—¿Qué quieres, mi amor?
—Mira, pequeñín —le dijo ella, con tono cariñoso—, ayúdame con esto, que no tengo manera de decidirme.
—¿A qué? ¡Es fácil! Para los museos algún informal ajustado y en la recepción de palacio pues el negro de fiesta con pedre...
—¡No, no, que no me entiendes...!
Carla Bruni se volvió a rascar bajo el mismo flanín izquierdo, se conoce que había sufrido la pasada noche algún percance con la copa del sujetador.
—Me refiero a las bragas...
—¿Cómo a las bragas?
—Sí, hombre, a las bragas... No sé si ponerme estas rojitas, o aquellas de tanga, quizás las negras con puntilla...
—Pero, Carla, cielo mío, ¿y para eso me llamas, que estoy trabajando en el discurso de...?
—¡Pues claro que para eso!
El Presidente de la República francesa cerró su presidencial pico.
—Mira, Nicolasín, si no me ayudas en esto es que no tienes... no tienes... corazón. ¡Ni sentido de Estado! ¡Ni me quieres!
Y se enfurruñó.
—Pero venga, mi cielo..., ¿a qué viene esto? ¡Tampoco es para tanto, son unas bragas... ponte las que sea!
—Sí hombre, para que luego haga el ridículo.
A Sarkozy le empezaba a escamar la cosa.
—¡Coño, Carla —le salió la vena Bonaparte—, ni que tuvieras que enseñárselas al Rey!
—¡Y a quien se tercie!
Sarkozy bramó.
—¿Cómo?
—Pero bueno, Nicolás, no te pongas así... ¿Es que no es esa la etiqueta que tiene este país para las damas de Estado y las princesas?
—¿El qué?
—Enseñar las bragas a los súbditos.
Aquella misma tarde, Marcel Du Moulin, responsable en el Elíseo de la oficina de Protocolo para la Primera Dama, firmó su millonario finiquito y se retiró a un chalecito de Andorra.