martes, 19 de enero de 2010

EXTRACTOS DEL MENSAJE DE SU EXCELENCIA EL JEFE DEL ESTADO CON OCASIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN DE LA TERCERA REPÚBLICA.

"La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos."
George Bernard Shaw


“…y es por ello que, desde esta Casa Presidencial que es casa de todos los españoles y españolas, es mi obligación brindarles un afectuoso y gozoso recuerdo a todos aquellos que se dedicaron al constante esfuerzo por la consecución de esta República que hoy nos ampara, colofón de la normalización democrática iniciada durante la Transición y muestra máxima del anhelo de una sociedad sólida y madura como es la española (…). Los ciudadanos y ciudadanas que en aquellos años intrépidos de la década de 2010 iniciaron y alentaron con no pequeño esfuerzo los movimientos cívicos que hicieron sobrevenir al nuevo Estado, aquellos que fundaron ateneos republicanos en cada una de las capitales españolas para mejor fermento del ideario de Libertad, Igualdad y Ley, en definitiva, todos los que contribuyeron al advenimiento de la República están presentes en nuestro pensamiento y nuestra mejor expresión de gratitud para con ellos es y será el extremado desarrollo del firme compromiso ético y ciudadano que adquirí en su día y en el que hoy me reafirmo (…). Desde aquellas jornadas intensas e ilusionantes que sucedieron al fallecimiento del anterior Jefe del Estado, Don Juan Carlos de Borbón, en las que la sociedad civil española se echó a la calle, agradecida en su memoria por la buena gestión del monarca pero reclamando pacíficamente el referéndum Constituyente sobre la forma de Gobierno, sin olvidar la actitud ejemplar del heredero de la Corona, Don Felipe, que confió al entendimiento de los españoles y españolas la conducción de su futuro, nuestro único y mayor anhelo ha sido siempre servir con lealtad al conjunto de la ciudadanía (…). Por todo esto, agradecemos, como no podría ser de otro modo, la confianza que todos los ciudadanos y ciudadanas depositaron en su día en nosotros. Ciudadanos y ciudadanas a los que nos debemos todos y cada uno de los Ministros que conformamos el Gobierno que yo presido. El Presidente del Consejo de Ministros, Don Juan Imedio, y yo mismo os deseamos a todos y a todas un feliz aniversario de la proclamación de la República.
Excmo. Señor Don Jesulín de Ubrique,
Presidente de la República Española.”

viernes, 25 de diciembre de 2009

NOSTALGIAS

Entró el chavea en la expendeduría de tabacos con el paso parsimonioso de un ochentón en retirada. Se acodó en el mostrador, le llegó el turno de entre el bulto de gentes, mesóse la hirsuta perilla, acaricióse la pellejuda sotabarba, decidióse a responder ante la insistencia de una estanquera regordeta, hija de viuda de guerra y heredera universal.
- Puesssssssss…….. ¿Tiene cigarritos Goya?
La estanquera le miró sin arqueo alguno de ceja, con cierta costumbre de choteo silete. Y él comprendió.
- Bueno, puessssssss………., entonces…….. –a todo esto remiraba el muestrario de los anaqueles a la busca y captura de la presa que se le había amontonado encontrar-. ¿Ideales, tiene Ideales de al cuadrado?
……………………………………
Agarró el chavea el vaso con encono, empinó el codo y se desdijo de lo bebido limpiándose la refrescura de los labios, utilizando para ello la manga del saquitillo.
- ¡Joder, compadre…! –taberna El Piyayo, calle Granada, Málaga- ¡Y voy y les pido la ensalada malagueña y va y resulta que es lo mismitico que el remojón granaíno de toda la vida!
- Hay que ver, qué cosas pasan…
- ¿La pedimos y te convences?
- No, si te creo.
….......................................................
Y el chavea releyó parsimoniosamente, como autoimpuesta por él mismo tradición de su casa que era, el papelorio que envolvía la pieza de mazapán de Soto Segura. Y volvió a cruzarse la mirada de soslayo con el fulano de la foto de aquel plastificado, que era como de la familia. Y no se saltó nada nadita nada, desde el “Legítimo y Riquísimo” hasta la retahíla de medallas de oro ganadas en ferias linajudas en Logroño, Pamplona, Madrid y Barcelona (y de plata en Zaragoza). Y respiró aliviado. Eso sí, con la inquebrantable certeza de que cada año hacen los mazapanillos más pequeños y con menos hostia en el culo.
……………………………….
El chavea entabló conversación, la enésima, con aquel viejo que de siempre había estado templando banco en la Fuente de las Batallas. En su imaginario, aquel señor chuleta con bigotillo recortado y sonrisilla franca, que siempre que lo veía le preguntaba que si ya tenía novia y le recordaba lo alto que estaba, era garantía necesaria de mañana soleada y sin aparato de prisas.
- Hombre, tú no te acordarás si quiera de cuando la plaza esta no existía, que la fuente estaba en medio de la intersección de calles –dijo el abuelo.
- Ni mucho menos, claro que me acuerdo.
- Pero eras tú mu chico.
- Ya, pero que me acuerdo. Y de cuando pasaba por estos andurriales el loco ese que iba siempre vestido de falangista y con un chorro meallas en la solapa del uniforme.
- ¡Sí, sí, el que siempre llevaba enmarcada su foto en blanco y negro, con el mismo uniforme puesto, y le decía a las niñas guapas “este, este soy yo de joven”!
Se echaron a reír. El abuelo, con ojillos pícaros, se dejó llevar la mirada pegada a las faldas de una culona de buenas hechuras. Se rascó la frente con la misma mano con la que se subió un poquito la visera de su gorra marrón de paño a cuadros.
- ¡Ayyyyyyyyy, tú que eres joven, disfruta! –dijo al chavea, pero como para sí.
…………………………………….
- ¡Oiga! –el chavea no podía ocultar su desagrado- ¿Es que no tiene de los de toda la vida? ¿De los redondos?
- Hombre, me has pedido caramelos de anís, si quieres bolitas pues te doy bolitas.
- ¡No, no, no: caramelos de anís redondos, pero no bolitas de anís!
- A ver, los que tú dices ya no los fabrican. Son estos, ¿lo ves?, la misma marca, la misma casa, lo que pasa es que por cuestiones de sanidad, para que no se atraganten los chiquillos, o por renovar el diseño, o por que se ha roto la máquina, no sé, han dejado de hacerlos redondos y ahora los hacen así, como ovalaillos.
“Nos ha jodío mayo con las flores” –pensó el chavea- “Sí, pero parece ser que de verdad son estos, sí. El papel transparente con estrellitas azules en las moñas. Iguales que los que siempre se sacaba del bolsillo de la chaqueta aquel primo de mi madre tan viejecito con el que nos cruzábamos por la calle, él dando su paseo poquito a poco, que no podía ni con su alma y andaba lento lento, con el paso corto corto. Siempre llevaba los mismos caramelos, y siempre me los ofrecía con una sonrisa de abuelete satisfecho. Me pregunto si lo amortajarían en el último paseo con un traje de chaqueta, plenos los bolsillos de caramelillos redondos de anís. Pero la textura no es la misma, ni el sabor. La madre que los parió…”
…………………………………….
- Yo me acuerdo de ver para estas fechas piaras, ¿se dirá piaras?, de pavos en la Plaza de la Trinidad, como en las fotos antiguas. Y ahora ya ni venden las zambombas los zambomberos debajo de los soportales de Correos. La vida…
- Chavea, ¿tú que edad tienes?
- Veintinueve para treinta.
- ¡Madre de Dios…! ¡Y lo que te quea por ver!
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El chavea entró avisado de campanillas en el estanco de marras. No había nadie.
- ¿Qué quería?
- ¿Siguen fabricando Lola?
- Sí, ese sí.
- ¿Pero con el paquete amarillo anaranjado y con motivos suaves, como de hebras?
- Pues… -la estanquera se volvió a coger una cajetilla de los anaqueles que quedaban a sus espaldas, mostrando así generosidad de cachas a ojos del chavea, que no rehusó fijarse en ellas con deleite, acordándose de su compañero de banco al que ya no veía por allí desde hacía casi un año- Parece ser que sí, que es el diseño de toda la vida. Pero no son hebras, son como crisantemos desvaídos.
“¡Crisantemos!” –reflexionó el chavea- “¡La marca que siempre le he visto fumar a mi tío el mayor, angelico mio, con lo viejecito y enfermo que está! ¡Lagarto, lagarto!”
- Bueno, qué, ¿te los llevas? –la regordeta no respetaba nunca los tiempos del chavea.
- No, mejor no –y volvióse para irse.
Estanco vacío. Paso lento, idea rápida. Media vuelta.
- Mira, disculpa…
La estanquera regordeta miró al chavea con cara de póker (“Este tío raro…”).
- ¿Te importaría –dijo el chavea- que te besara en la boca?

domingo, 29 de noviembre de 2009

ARTURO PÉREZ REVERTE Y EL REINO DE LA COCTELERA DE CRISTAL




Para Miguel,
porque seguimos sin novedad en el frente.











Caso A.
Sugerencia de publicación cursada por D. Arturo Pérez Reverte (a partir de ahora EL AUTOR) a D. Niceto Gómez de la Pantufla (a partir de ahora EL EDITOR).


EL EDITOR: Coctelera de hacer cócteles…
El editor había escuchado a su predilecto con cierto rictus de incertidumbre en su rostro cenizo, enjuto, verdoso, de poco dormir y triple bypass. El autor aplastó la colilla de su Güinston en el ojo izquierdo de Margarita, la hija única del editor.
EL AUTOR: Sí, sí, eso mismo: coctelera de hacer cócteles.
El editor contempló abstraído el humillo fino de los postreros estertores del cigarrillo, que se apagaba sobre la foto esmaltada de su única hija abrazada a su futuro marido, alegría prenupcial, en el fondo de un cenicero de recuerdo de boda. “Enlace de Margarita y Francisco “Pacorro”: 29-5-2009”. El colmo de lo kitsch.
EL EDITOR: Ya… ¿Pero habrá piratas o tercios de Flandes o algo de eso?
EL AUTOR: Pues yo pensaba…
EL EDITOR: ¡No, no, no, no, hijo mío, que te veo venir! Piratas o tercios de Flandes, elige.
EL AUTOR: Hombre, yo…, piratas, por variar, no sé.
EL EDITOR: Sí, sí, pero que haya piratas, muchos piratas.
EL AUTOR: Piratas, piratas…
EL EDITOR: Y cama, mucha cama… Bueno, mucha tampoco, que nos crucifican. Tres o cuatro cositas de cama, salteadas, al encontronazo. ¿Podrás tenerme tres o cuatro cositas de cama cada, yo que sé…, cada cuarenta páginas, más o menos?
EL AUTOR: Conforme.
EL EDITOR: Una de las veces que sea una mamadilla, que esas cosas hacen gracia y suenan como anacrónicas…
El autor sintió una punzada de necesidad por preguntar al editor qué había de anacrónico en el sexo oral, pero decidió guardárselo para sí.
EL AUTOR: Bueno, habrá sexo y violencia… y la Historia, con mayúsculas, de trasfondo…
EL EDITOR: ¡Que sí, que sí, pero piratas!
EL AUTOR: … a bordo de un barco…
EL EDITOR: Un barco pirata.
EL AUTOR: …berberisco…
EL EDITOR: ¿Enh…?
Silencio en el despacho. Incómodo silencio de despacho.
EL AUTOR: Piratas moros.
EL EDITOR: ¡Ah, vale… veo que nos entendemos! ¡Y ponme no menos de treinta muertos! Y no me los vayas a despachar en una batalla: treinta muertos bien repartiditos, a razón de un par de muertos por capítulo, o tú ya te avías y los distribuyes en grupitos como te venga bien. Que si ahora un par, que si luego tres, que si cinco de un golpe… ¡pero todos a retortero no!
EL AUTOR: Conforme.
El editor recortó la punta de un habano falso de importación haciendo uso de la cuchilla de una guillotinita chiquitina, como las de las películas de María Antonieta pero en miniatura, en cuya peana rezaba una plaquita plateada: “Premio Larra del Ministerio de Cultura a la concordia editorial y cultural, 2003”. Lo rechupeteó con ansias prostibularias y le metió fuego por el extremo contrario.
EL EDITOR: Entonces echemos cuentas: entre muertos, fornicios y descripciones soporíferas… unas trescientas sesenta páginas, como poco. ¿Cómo lo ves?
EL AUTOR: Razonable.
Ambos caballeros sonrieron y se dieron la mano en señal de trato.
EL EDITOR: ¡Lo ves, Arturo, si la clave está en encontrar un buen título! ¡Ya lo demás lo vamos montando entre tú y yo y, hala, a tirar millas!
El autor sintió otra punzada difícil de clasificar en el cogote. Como un prurito de vergüenza torera. “Menos mal que me queda el articulismo para desquitarme”, reflexionó.
EL EDITOR: Total, finiquitando: en medio año me traes lo que tengas, le hacemos plin plan por aquí y por allá, y mañana mismo le pido al departamento creativo que me vaya preparando una portada cañera con piratas…
EL AUTOR: Pero procura que sean berberiscos.
EL EDITOR: ¡En eso la gente no cae, Arturo, hijo!
EL AUTOR: Bueno, yo aviso, que siempre hay quien…
EL EDITOR: ¡Que les den por culo! ¡Freakis, son freakis: les den por culo!... Total, a lo que íbamos, para la feria de San Jorge del año que viene sacamos a la calle una primera edición de 300.000 copias y barremos, vamos que si barremos…
En estas, el autor recupera una porción de dignidad y, ahora sí, no se deja amedrentar por el editor.
EL AUTOR: ¡Pero el cobro de los derechos de esa primera edición por adelantado, eh, Nicetito: por adelantado! ¡En esto no transijo, faltaría más!

Caso B.
Sugerencia de publicación cursada por Fulanito de Copas (a partir de ahora EL AUTOR) al Exmo. Señor D. Gumersindo Rocales, concejal de Cultura, Juventud y Fiestas, Ordenación urbana, Limpieza ciudadana y Gestión de residuos sólidos del Ayuntamiento de Torredonpimpollo, el pueblo más pequeño de la provincia de Jaén (a partir de ahora EL EDITOR).


EL EDITOR: ¿Y de cuánto estaríamos hablando?
EL AUTOR: Bueno, señor concejal, con que el ayuntamiento colabore al menos con una parte me doy con un canto en los dientes. Aunque sea la mitad de lo que vale la impresión del libro. Luego para distribuirlo por el pueblo y eso ya me buscaré la vida…
EL EDITOR: ¿Y eso se venderá?
El autor repasa mentalmente el número de amigos que tiene, por si le salen las cuentas. No le salen, pero se la juega.
EL AUTOR (con la boca pequeña): Yo pienso que sí.
El editor piensa en el presupuesto del que dispone para la Orquesta Sincopías, que vendrá a tocar a las fiestas del patrón del año en curso. “Si quito de aquí, si pongo de allá… Y, total, es el niño de la Benita, que es buena mujer y medio cuñada de mi madre. Si no hubiese sido por la Guerra ahora vete a saber si le estaría llamando sobrino. Es un poco freaky, pero sanote y no hace daño a nadie con sus cosas... ¡Bueno, qué coño, tampoco vamos a salir de pobres!”
EL EDITOR: Venga, que sí.
Al autor se le hicieron los ojos bolillas. A punto estuvo de lanzarse a abrazar a su mecenas.
EL EDITOR: Pero, a ver, ¿de cuántos ejemplares estamos hablando?
EL AUTOR: Yo calculo que con cien o ciento cincuenta vamos espachaos.
EL EDITOR: Vale, pero la mitad de los libros se los queda el Ayuntamiento, que para eso lo patrocina.
EL AUTOR. ¡Qué menos, señor concejal!
EL EDITOR: Llámame Gumersindo, hombre, que te conozco desde que eras chico…
EL AUTOR: Muchas gracias, Gumersindo.
Ambos caballeros se estrujaron la mano en señal de trato.
EL AUTOR (como con vergüencita): Y… ¿para cuando podré contar con… la ayuda económica esta de…?
EL EDITOR: Tú por eso no te preocupes, las cosas presupuestarias hay que llevarlas a pleno y luego aprobarlas y más tarde cursar el pedido… total, que se plantan algunos meses. Pero al final llega, muchacho. Tú no te preocupes.
EL AUTOR: Hombre, pero a mí me interesaría que saliera cuanto antes, me parece que el libro es una buena idea y no quisiera, ya sabes, que se me pasara el arroz…
EL EDITOR: Pues nada, hijo, parece mentira: ve adelantando tú el dinero a la imprenta. Entre lo que vendas y lo que te vamos a dar nosotros cuando podamos salen las cuentas y recuperas la inversión, ¿no?
El autor aspiró con fuerza el aire del despacho concejil.

martes, 4 de agosto de 2009

UNO DE "ESOS DÍAS"...

Para Marian
La gente que había en la Mos Eisley Cantina se podía contar con los dedos de la mano de un gungan.
Lo parroquia propia de entre semana. Poco más o menos que alguna cuadrilla de obreros de la Interestelar 5, dos o tres fringer a papear de caridad algún bocata de calamares Lekku refritos, una pareja de jubiletas magnaguard contándose batallitas…
—Dices tú de mili: yo me la chupé entera en la MTT, pasándolas putas con el Moff Wessex de los cojones, menudo negrero, el tio…
—Tengo entendido que tenía halitosis…
—No lo sabes tú bien. Le olía la boca a carajo de nerfherder zoófilo…
Una media mañana tranquila, de café relajado mientras se le echa un ojo al Outer Rim Journal o al Old Republican —con sus editoriales de opinión cada vez más escoradas hacia la derecha—, mañana de solysombra, de bostezo, de parados y aburridos, de lamparón de aceite en la portada del As, de ruido de remover fichas de dominó rayando la mesa de madera de sargheet.
—Ponme un Lum.
—¡Coño, chica, hay que ver como vamos tan de mañana!
—Es que llevo un día de narices, y necesito algo que me entre y me arregle el cuerpo.
—¿Y para usted? —preguntó el bardroid a la otra.
—Un cortao… ¡Con sacarina! —le gritó al camarero cuando éste ya se alejaba levitando a por la comanda.
Las dos jediesas —jovencitas universitarias vestidas al estilo de las corellianas, o sea: de blanco ibicenco— escogieron una discreta mesa lejos de la barra, donde poder hablar. A una de ellas se la llevaban los demonios.
—¡Tú que miras, pedazo de murglak!
El pobre parroquiano interpelado siguió a lo suyo, retirando la mirada de las macizas y encerrándose en su etílico mutismo.
—¡Hiiiiiiiiiiiiiiiija míiiiiiiiiiia, cómo estás hoy!
—¡Estresá, Mari Leeia, cómo voy a estar, pues estresá!
—Tampoco será para tanto.
—Mira, nena, pues sí… —Ana Lucía de Cluster y Crossbow (de los Cluster y Crossbow propietarios de una flota de Luxury Liners, que el padre es accionista de Incom y todo, del consejo de administración, vamos, una niña bien, una pija de las galaxias) sacó del bolso su caja de cigarras Nobel, y se la tendió a su amiga María Leeia.
—No, no, a mí el tabaco de Carababba me hace que me vaya de bareta.
—Total, lo que te digo, tía, que no lo veo claro, que no… La An'ya Kuro de las narices me ha dejado dos para septiembre.
—No fastidies…
—Sí tía, las dos troncales. Una de primero y otra de tercero. Las llevo arrastrando.
—Qué fuerte…
—No lo sabes tú bien… —traen las bebidas— Gracias, ¿aceptáis jedcred?
El droide camarero dice que sí y cobra la comanda, momento en el que la joven Ana Lucía cae en la cuenta de que el tipejo de la barra las sigue mirando.
—¡Pero tú es que eres gilipollas o qué!
De nuevo baja la cabeza el solitario aburrido.
—Bueno, lo que te venía diciendo, nena, que la cosa pinta mal. Mi padre está que trina, no se le puede hablar, salta por cualquier cosa, mi madre que no sabe lo que hacer con él, desde que se lo dije la semana pasada no me coge el holocomm cuando le llamo, total…, un show.
—Pues qué lástima.
—Ya ves…
—¿Y Luck qué dice?
Luck Skyfucker era el chico más popular del campus. Alto, rubio, esbelto, ágil, buen deportista y con fama de amante magnífico—no en vano había heredado de su padre el apellido y el gen pasional de los Skyfucker—. Se ennovió con la pava el pasado verano. Sus amigotes le decían que había pegado el braguetazo del siglo.
—¿Luck? —respondió Ana Lucía con pasmo teatral— Al pichafloja ese me parece a mí que cualquier día de estos le voy a dar la patada y lo voy a mandar a zurrir mierdas.
—Que poco fina eres cuando quieres, niña…
—¡Pero si es que no hay dios que lo aguante, tía! Además… —bajó la voz en tono confidencial—, a mí me parece que es de los que les gusta que los pongan mirando a Cloud City.
—No me digas…
—Lo que te digo.
—No me lo puedo creer…
—Para que veas —sorbió de su Lum— ¡La puta, qué fuerte está esto! Bueno, lo que te iba diciendo, que no sé lo que hacer. Me va de culo, para qué te voy a engañar. Y me estoy pensando que lo mismo es que esta carrera no es lo mío…
—¡Pero tía, no digas eso!
—Sí, sí.
—¡Si es una mala racha, tía, espérate que pase!
—No, hija. Ya me lo he pensado, que llevo dándole vueltas al tarro mi buena temporadita y que veo que esto de ser Jedi no es para mí.
—¡Pero qué dices…!
—Lo que oyes. El curso que viene lo mismo me apunto a Farmacia, que pienso que es más asequible…
—¡Pero tía, Ana Luci, no vas a tirar todos estos años por la borda!
—Que sí, que sí, que ya lo tengo decidido. Además, no quiero con esto ponerte de mala leche, pero, ¿te has parado a pensar en el número de jedis mujeres que llegan a algo en esta profesión?
Mari Leeia se queda pensativa antes de responder.
—Pues no sé tía, alguna habrá.
—¿Cuántas conoces?
—Pues…, no sé…, a la An'ya Kuro, sin ir más lejos.
—Una profesora interina, pero vale. Dime otra.
—No sé, ahora no caigo en ninguna…
—¿Ves? ¿Ves? ¡Ni una sola, ni una sola hay! Tía, que te lo digo yo: lo de ser Jedi y llegar a algo en la vida está reservado en exclusiva a los hombres. ¡No hay cojones de acceder a cierto nivel, tía! ¡Llegas hasta aquí y te pegas en la cabeza con un techo de cristal que a ver quién es la que tiene cojones suficientes para romperlo! ¡Imposible, tía, imposible! ¡Coto vedado, reservado para los tíos, qué me cuentas!
Mari Leia parecía afectada en serio.
—Joder, tía, pues nunca me había parado a pensarlo…
—¡Lo ves, lo ves…! Yo no digo nada, tú haz con tu vida lo que quieras…, pero yo me meto en Farmacia, que tiene más salidas.
—Joder tía, me has dejado flasheada… Putos tíos…
—Putos tíos…
Al momento de volver a sorber de su vaso, Ana Lucía de Cluster y Crossbow cae en la cuenta de que el paleto de la barra sigue mirándolas. Ni corta ni perezosa, focaliza su Fuerza mental en la bandeja del lavavajillas, desde donde brinca un tenedor de carne que se lanza hacia el entrecejo del bebedor, frenándose en seco a pocos centímetros de su frente, con el consiguiente repullo de pavor por parte del interfecto.
—¡Mira, capullo —grita Ana Lucía, haciendo que en el vacío garito se vuelvan las pocas cabezas de los presentes—, como sigas con las miraditas la próxima vez no me lo pensaré dos veces…!
—Vale, vale… —solloza el capullo.
Mari Leela está sorprendida de la mala baba que se gasta su amiga esa mañana, y lo deja bien claro.
—Tía, me asustas. Estás alteradilla…
—Ya, tía —responde la jediesa Ana Lucía—. Es que para colmo de males hoy tengo… ya sabes… uno de “esos días” en que una está… más cerca del lado oscuro.
—No, si se te nota…

lunes, 20 de julio de 2009

LA GENTE ESTÁ MUY MAL (II)

—...y por todo esto dedujo Graves que los hongos, en concreto la falsa oronja, eran el agente catártico de los misterios de Eleusis. Ya ves, tan a las claras estaba que nadie había caído en la cuenta. Como en la Carta Robada de Poe.
—Vaya... Menuda coña.
El gallego me pasaba el porrito trompetero, que yo intercalaba entre calada e idem, sorbito corto, de mi pequeña y querida pipa bent. Así echábamos por alto la noche, arrebujados en el Ford Fiesta másviejoquelmear que para el despacho compramos de rebajón supino en Almussafes, hacía medio año.
—Y el Graves ese... —preguntó mi sahumerizado compañero— era cojonudo, ¿no?
—Bueno, tenía sus puntos.
Había llamado aquella tarde a la gorda canallesca para decirle que mi amigo y yo íbamos a pasarnos por su casa para estudiar la pintada amenazadora de la pared. Le metí un rollo de que si estudio grafológico, que si averiguar ciertas nociones básicas fisiológico-morfológicas (el palabro era mío) del autor de la pintura: fijándonos bien en ciertos detalles aparentemente baladíes podíamos aproximarnos a un desdibujado retrato robot del individuo en cuestión, que si altura, que si era diestro o zurdo, que si el trazo del escrito correspondía a una mano femenina o masculina, que si la fuerza aplicada era propia de cierta franja de edad o de cierta otra... Total: una trola entresacada de Estudio en Escarlata y algún que otro librete sensacionalista sobre Jack el Destripador.
—Pero entonces... Robert Graves es el de Rey Jesús —dijo el gallego, rematando el porro.
—Sí, ese mismo. ¿Te leíste ya el libro?
—No suelo leerme lo que me aconsejas.
Ea. Tus huevos toreros.
—Pues me lo devuelves, bonico —le dije.
—No sé ni donde lo tengo.
Después de echar el rato haciéndole cucamonas teatrales, de mucha reconcentración investigadora y todo eso, y sacando fotos de la pintada, mandé al gallego a comprar pintura del tono de la pared de la señora. Ella se extrañó de la cosa, no se lo esperaba. “Bueno, no querrá usted tener el insulto este en la fachada de su casa”, le dije. “Es la prueba del delito,” me contestó, “y por mucho que pueda ofenderme, no debo entorpecer las pesquisas borrando el principal indicio”. “No se confunda, señora,” me atreví a discrepar, “necesitamos saber si esto ha sido un hecho aislado o el individuo en cuestión tiene ánimo de acosador y repintará sobre lo borrado”. “Si eso fuera así, la cosa cambia, ¿verdad?”, indagó doña Encarnación, con una lucecilla titilante en el fondo de sus acuosos ojillos de vieja gorda canallesca. “Hombre, por supuesto, de ser así la cosa concurriría más preocupante, usted sabe”.
—Robert Graves entonces... —comenzó a decir el gallego, liándose otro porro— No, quiero decir... ¿a ti cómo te da por leer todas estas cosas?
—Y yo qué sé.
—Joder, macho, eres más entretenido que... que el mundo, tío.
—Menudas guardias nos hacemos, ¿eh?
En ese momento, un tipo joven, de andares achispados y gorro de punto como boina de bellota abrazándole el melón, se acercó a la pared de nuestros desvelos.
—Espera, espera, espera... —se puso en prevención mi compañero.
El joven trasegó bajo su abrigo, miró a izquierda y derecha, el gallego preparó la cámara para la foto finish y...: epa, el fulano se sacó la churra y a mear.
—No te molestes —tranquilicé al gallego, con la pipa colgando mustia de la comisura de mis labios—, si este no podía ser. Vamos, como no fuera que el culpable de esta chorrada resulte más listo de lo que me he supuesto... lo cual dudo, la verdad sea dicha.
—No me empieces a tocar las narices, Daniel.
—Tranquilo, gallego, no tardará en aparecer.
A doña Encarnación, una vez terminada de blanquear la pared de su casa y desaparecido de la vista de cualquiera el “Eres gorda y canallesca”, le di las buenas tardes y me despedí de ella. “Pero, ¿cómo?,” era toda sorpresa, “¿y ya está?” “Bueno, señora, usted confíe en nosotros. El protocolo indica los pasos que debemos seguir. Aguardaremos un tiempo prudencial y si la pintada vuelve a aparecer usted nos avisa y tomaremos entonces las medidas oportunas.” “¿Cuáles?” “Vigilancia, seguimientos, confeccionaríamos una lista de sospechosos..., lo común”. “¡Y por qué no empiezan a hacerlo ya!”, estaba ofuscada la tía. “Comprenda que si resulta un hecho aislado no merecería la pena”. “Entonces, ¿ustedes ya se desentienden?” “Hombre, nosotros esperaremos a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos”. “¡Le digo que esto es bochornoso, señor Hurtado!” “No se irrite, doña Encarnación, y confíe en los profesionales”. Y así la dejamos, trinando.
—¿Qué hora tienes? —pregunté al gallego, ya que el reloj del salpicadero no funcionaba (cosa de los vehículos de ocasión).
—Las... doce y media..., no: la una y media.
Iba yo listos con el Watson toxicómano.
No fue ni decir la media cuando doña Encarnación abrió la cancela de su casa. Tan grande como era, su figura se contraponía cómicamente con la de su pequeño yorkshire, al que dirigí una mirada de rayos y centellas desde la penumbra en que nos ocultábamos mi compañero y yo. El gallego se rió, sospechando lo que se me pasaba por la mente.
—Mira el perrillo, qué bonito... —musitó con tono irónico.
—Vete a la mierda.
—Menudas horas para sacar al chucho a hacer sus necesidades.
—La señora no tendrá alfombra en la entradita.
—Pero mira —señaló el gallego—, lleva su bolsita y todo para recoger la caquita de su cuchi-cuchi.
Doña Encarnación llevaba efectivamente en la mano derecha una bolsita reliada, la propia de los cívicos ciudadanos prestos a recoger las deposiciones de sus mascotas. Algo que, y bien lo sabía yo, no resultaba propio de su carácter.
—Ya —dije con desgana—, ve preparando la cámara.
—¿Cómo? —el gallego pareció realmente sorprendido.
Me flipaba el poso de ingenuidad del que solía hacer gala mi partner. Tal vez fuera por eso por lo que lo apreciaba tanto: aún conservaba la capacidad de sorprenderse del género humano.
Doña Encarnación de nosequé y nosecuanto, mientras que su infecto yorkshire olisqueaba las farolas de la urbanización y sembraba cacas diarreicas a troche y moche, sacó de la bolsita que traía en la mano un botecito de pintura negra en spray y lo meneó con el vigor propio del más diestro grafitero (o de la pajera más salvaje) y ahí que se puso a pintarrajear la pared de su casita.
—Anda y échale una buena sesión fotográfica —indiqué a mi amigo, encendiéndome de nuevo la pipa, que había dejado que se agotase.
—¡No me lo puedo creer...! —comentaba mi ingenuo compañero, entre cliqueo y cliqueo de la automática—. ¡Es que parece de coña...!
—Pues no, querido amigo, es más que lógico. Por lo que me contó en el despacho quedaba claro que la tipa es una pobre criatura, más sola que la una, y a la que no hay dios que le haga caso. No tiene hijos, su marido, que sí que estaba bien relacionado en vida, murió dejándola al aire de sus conocencias, y me dejó entrever que sus sobrinos, con los que alguna relación tuvo de esas de “yo soy tu tita preferida, ¿a que sí?”, ya ni la visitan. Esa insistencia plomiza en contarme sus grandezas y sus amigos tan influyentes, y su buen nombre que tenía que mantener, y que tal y que cual, no dejaba lugar a dudas: la tía se aburre y ya quisiera tener de tanto como presume. Pobre...
—Buscaba amiguitos con los que jugar.
—Algo así, gallego, algo así. Llamar la atención más bien. Vamos, que alguien se fije en ella.
Doña Encarnación terminó su capilla sixtina y se metió en su portal, no sin antes reclamar a su Cuqui, me parece que le dijo, que entrara “en la casa con mamá”.
—Y ya el perrillo faldero me remató la intuición —comenté al gallego, que acababa de retractar el objetivo de la cámara.
Tomó el nuevo porro recién liado y lo encendió, dándole una calada expectorante. Ambos mirábamos a la nueva pintada de la señora, sin decir ni mu. Hasta que me decidí a hablar.
—Pues sí, esta sociedad crea monstruos patéticos. La puta soledad, la deshumanización. La vida de demasiada gente es tan triste... Y me creo que vamos a peor, gallego.
—Pffff.... La gente está muy mal.
—Pues sí.
—¿Y ahora qué? —inquirió mi compañero.
—¿Cómo que ahora qué? —le miré fijamente— Que le seguiremos el rollo hasta que se harte de nosotros y deje de soltarnos billetes por hacer el paripé.
—Y serás capaz...
—¡No te jode, si te parece no comemos este mes, ni pagamos facturas ni nada! Coño, de algún lado hay que sacar. ¿Tienes algo mejor?
—Bueno, he pensado montar una cerrajería veinticuatro horas.
Di una calada al porro que el gallego me ofrecía.
—Mira, ¿ves? —confesé ya con la boquilla de mi bent entre los labios—, esa respuesta no me la esperaba.
—Ni yo me esperaba que esta vez la vieja escribiese “canallesca” con “y”.
Me fijé. Efectivamente. No pude reprimir la sorpresa, y se me coló una sonrisa plena de satisfacción.
—¡Coñe! ¡La tía es guasona!... ¡Empieza a caerme bien!

miércoles, 15 de julio de 2009

LA GENTE ESTÁ MUY MAL (I)

—Comprenda usted, señor Hurtado, que mi posición es más que respetable, como antes se decía entre la gente de educación. Tengo amigos, ¡qué digo amigos: amiguísimos!, en ciertas esferas, usted ya me entiende, importantes, muy importantes. Influyentes. Y enemigos poderosos, que todo hay que decirlo también. La calidad de la persona se conoce por el nivel de sus enemigos...
La imaginación se me fue al Doctor No, así, sin quererlo. Luego pasé al Joker, a Fuman Chú y a Moriarty.
Friki de los cojones...
—Doy por sentada su discreción, señor Hurtado.
Ah, y también se me vino a la perola el Doctor Gang, y el tío ese del cuerno de Dragones y Mazmorras (cómo es... ¡Venger, Venger es! Muy pocos saben que en realidad era hijo del Amo del Calabozo. Pero yo sí que lo sé. Soy un friki con recursos), y me permití la licencia de acordarme del Doctor Doom, que ya ves tú lo que a mí me importa la Marvel... Por cierto, menuda caterva de malos con el doctorado hecho. La lista no tiene fin. Un puto reflejo de la vida misma. El Doctor Maligno, el Doctor Octopus... Seguro que Bin Laden es doctor en algo (nota mental: buscar en la Wikipedia los estudios superiores de Bin Laden).
—¿Señor Hurtado, me está usted escuchando?
—Sí, doña Encarnación, no pierdo jopo.
—¿Qué?
—Nada, usted ya me entiende.
—Bien, me gustaría saber si entonces puedo contar con sus servicios.
La vieja aquella del perrito faldero ya me había tocado sobradamente los mondongos con la tontería de la pintada amenazadora. Yo no sé lo que se pensaría la mujer que iban a hacerle. Si la violaban hubiera sido un favor, pero pura quimera tal posibilidad. Matarla: el favor seguro hubiese sido para los vecinos. Además, la pintada de la que me hablaba no dejaba claro las intenciones de los acosadores. “Eres gorda y canallesca”.
Hombre, tenía arte la cosa.
—Pues mire usted, señora —le respondí al fin—, yo por mí le hago el encargo, pero honradamente es mi deber decirle que no veo la cosa como para tanto, y contratar a un detective sólo para saber quién o quiénes le gastan una broma de mal gusto, sin más, pues qué quiere que le diga...
—Si es por el dinero...
—¡No, no, el adelanto es muy generoso, señora, eso ya se lo digo yo! Pero se lo comento por mera ética profesional. La cosa cambiaría si hubiera recibido usted alguna amenaza más específica.
—¡Lo mismo me dijo la policía y por eso he acudido a usted, señor Hurtado! ¡Si este caso le parece poca cosa me marcho con mi problema a otro detective! ¡En Madrid abundan, y el trabajo escasea!
Pero la tía no hizo ni el ademán de levantarse de la silla.
Qué se pensaría la gorda, que me chupo el dedo. Para que terminara encargándome a mí la mierda esta ya le había tenido que ir con el cuento a más de uno que por supuesto la había mandado a freír moñigas. Yo era bien consciente de mi posición en este negocio: el último plato, el nuevo, el becario, el de coña, el vagón de cola, el de lo que nadie quiere. Venga ya...
—No, señora, nada de eso, usted no se preocupe. Mi compañero y yo nos encargaremos de su caso convenientemente. Y ahora, si me disculpa...
Me puse en pie con el gesto prototípico de “le acompaño a la salida”, aprendido en una jartá de películas de..., de películas.
—Le ruego discreción nuevamente, señor Hurtado. Comprenda que para mí este asunto es bochornoso, un verdadero quebradero de cabeza. Mi dignidad está en juego, dejo el buen nombre de mi persona en sus manos. Confío en usted. Es algo inaudito, incomodísimo. Piense que yo tengo una reputación que mantener delante de mis amistades, que son todas de calidad. Sin ir más lejos mañana estoy invitada a una recepción en la embajada de...
—Sí, sí, señora, pero le ruego sepa disculparme —mi mejor y más cínica sonrisa custodiaba mis palabras— tengo muchos otros asuntos que resolver esta mañana y ya sabe lo que se dice...
Esperó la tía burra a saber lo que se dice, mirándome fijamente con estúpido interés.
—Que el tiempo es oro y esas cosas... —respondí con vulgar improvisación.
—En tal caso, seguiremos en contacto, señor Hurtado.
—Por supuesto, doña Encarnación. No daré un solo paso sin que usted esté convenientemente informada.
—Buenos días entonces.
—Buenos días.
Cerré la puerta, se me descabalgó la sonrisa y busqué al gallego con la mirada. Estaba el tío descojonándose en sordina parapetado tras una revista de tías en cueros, medio derrengado en el sofá de tres cuerpos de la salita de estar.
—Menuda cotorra —me dijo.
—Pesailla.
—Un coñazo. ¿Y qué es lo que pone en la pintada?
—“Eres gorda y canallesca”.
—Y cotorra —se rió—. Todavía me voy esta noche y le pongo la coletilla.
—Falta hace, gallego.
Me volví camino de mi despacho, donde me esperaba un Montecristo de buen calibre envuelto en papelillo de seda color verde, regalo de una buena amiga, y que aquella mañana merecía ser fumado a la salud de doña Encarnación de nosequé y nosecuanto, viuda de otro que me importaba un carajo, y de sus neuras de vieja chocha harta de billetes.
—Daniel.
—Qué pasa, gallego.
—Que sepas que el perrillo se ha cagao en la alfombra del hall.
Dirigí una mirada de furia al suelo de la entradita. Efectivamente: una catalina más grande que el puto yorkshire.
Me encendí. No te jode...
—¡Será la tía gorda y... y... canallesca!

lunes, 6 de julio de 2009

ELEGÍA A MICHAEL JACKSON EN EL DÍA DE SU MEDIÁTICO FUNERAL

Te moriste,
¡hay que pitufarse!
Te moriste, niño eterno,
siempre eterno: blanco nuclear.

Las sirenas de las ambulancias,
aspas zumbonas de los helicópteros,
pedos de monja, rebuznos de obispo,
música acuática: blanco nuclear.

Entre ramalazos tristes de falso ingenuo,
te moriste, animalico mío,
como se mueren los héroes:
atiborrado a Prozac.

Nos dejaste,
claro que nos dejaste.
Nos dejaste, claro
claro: blanco nuclear.

Y no te comprendieron las rosas,
y no te descubrieron las pencas,
ni las duendas tetonas.
Te moriste, muchacho... vaya por Dios.

Desamparaste, viudos, a tu mono y a tu tigre,
¿o acaso los habías vendido, hijo mío,
criaturica, para hacerte de un puñado
de un puñado de pastillas,
no más?

Acabose, terminose y afanose
el forense: cortaplumas.
Te moriste,
mantequilla sin sal.

Y lo siento,
de veras, créeme, que yo lo siento.
Porque siempre en lo más hondo
de un payaso hay un hombre.

Blanco nuclear. Corderito de Norit.

Te moriste,
ahora que me noto más Vázquez Montalbán que nunca
vas y te mueres.
Peor para ti.

Porque por eso yo te dedico —misico, misico—
estos versos subnormales, surreales, suturales
de forense.

No me gusta, no me gusta que te encierren
en la urna.

De Blanca Nieves, niña, de Blanca Nieves,
en la urna.

Piénsatelo bien, Maiquel Yacson,
piénsatelo bien lo de haberte muerto.
¿No te das cuenta, animal de bellota,
de la poca decencia estética de lo que tú has hecho?

Maiquel Yacson, por favor,
dame un minuto y te lo piensas.

Las abejas de la granja del oso Bubú,
las panfilias sinópticas de raíces psicotrópicas,
los helados de fresa, el braguero de Gualter Disney,
los corazones rotos, las pegatinas de Super Pop...
¡Macho, pero en qué estabas pensando!

Ya te veíamos rarillo últimamente,
distraidillo, acarajotado...
y, mira por donde, era que te estabas muriendo.

Dijeron anoche, en las noticias,
que estabas calvo y sin tabique nasal.
Yo les indiqué de tu parte
que los negros —por lo general— no tenéis ternilla en la nariz.

¿Y sabes qué me contestó el de la tele?
NADA, macho, NADA.
Porque los señores que salen en la tele no pueden escucharte
(salvo que entres en directo, supongamos, por una llamada al programa).

Pero a los telediarios, Maiquel,
por si no lo sabías,
no llama nadie.
Vamos, no suele.
Antiguamente el regidor,
pero ahora con el pinganillo
se ha perdido romanticismo.

¡Ay, ay, Maiquel!
¡Sé que me entiendes, que reconoces en mis palabras
la fuente de toda franqueza!

Rugen los animales perversos,
secan las horas el ojo de los peces.
Mírate al espejo, Maiquel, mírate.

Estás desmejorao.