miércoles, 20 de mayo de 2009

¡La pobreza está de moda, cojones!

Para Juan Bedmar,
con todo mi cariño y admiración.

—¡Ser pobre está de moda, cojones! —le dijo el pobre roñoso uno al pobre roñoso dos, como en un chiste de Mingote— ¡Está de moda, Joaquín, está de moda, lo llevo visto yo, cojones!
—Mira Tuertolatroje, no sabes ni lo que parlas.
Tuertolatroje se puso aproximativo, apoyó las coderas en las rodilleras, exhaló humo de colilla revenía mezclado con vaho de Don Simón y entornó el ojo bueno, como para confiarle a Joaquín de las Calzas Bravas un gran secreto.
—Es un hallazgo, Joaquinito, una verdad más grande que los dogmas de los papas... Fíjate que empecé a pensarlo cuando reparé en la anorexia esa, en las ganas locas de las chiquillas de estar tirriosas, como las hijas de la hambruna y la guerra. ¡Cómo se les iban las chapetas de buscar el no comer, Joaquín, date cuenta, como si les faltara pero sin faltarles! ¡Y se enferman las muy bobas, por no comer, por contarse las costillas por verse guapas, que dicen ellas! ¡Cuando de toda la vida el despiche era propio de los que no teníamos parné para manduca! ¡Y ahora a la manduca le hacen ascos, Joaquín, que de pasar hambre han hecho moda!
—Eso es verdad...
—Antes, cuanto más tenías más gordo estabas, mejor color. Ahora los ricos pagan por pasar hambre, con las dietas esas del carajo. Ser delgaducho, con mala pinta, era señal de pobre: ahora lo buscan los ricos. Y no sólo eso, también comen los ricos como nos veíamos obligados a comer los pobres, y lo pagan a gusto. ¡Y eso es lujo, Joaquín, y se lo cobran bien! Cuando no teníamos más que para pan negro nos volvíamos locos por hincar el diente en pan blanco... ¡Y ahora el más caro de todos es el pan de los pobres! ¡El integral ese que le dicen! Y desayunan cereales, comida de bestia, de la que sólo comíamos cuando no había más remedio, para engañar el boquete del estómago.
—Anda que no.
—¡Y la leche, Joaquín, la leche desnatada esa de tanta moda..., pero si es la leche bautizá de toda la vida, la rebajá con agua, que ni era leche ni nada, un ardid de pobre para sacar de dos cántaras cuatro y estirarse el jornal con el engaño! Y antes, si te pillaban en la estafa, te multaban y hasta había cárcel...
—Buenooooooooooooo.........
—Y las papas a lo pobre, que por algo se llaman así, y las migas, que tú verás la clase de comida de necesidades que era... ¡pues lo más caro si vas de restaurantes, lo más caro que es! ¡Tiene huevos la cosa, si mi madre lo viera, con la falta de carnes que tuvimos! Bueno, Joaquín, y para qué contarte la perra que les ha entrado a los turistas por alquilar las cuevas de mi pueblo, nene, que se las rifan, y hasta ayer era un derribo puro. Allí nacimos los que no teníamos ni para un techo de paja, allí, donde mismo los animales se guardaban, a las afueras del pueblo, señalaos que estábamos, como gitanos, comiícos de liendres y de pulgas, y ahora te vale una cueva como un lujo grande, como si fuera palacio. ¡Todo lo que era antes de pobres ahora lo pagan bien los señores con dineros!
—Yo también nací en una cueva.
—Claro, y sin saber que era el Palace, ¿verdad? Pero ahí no acaba la cosa, chacho. Los zapatos eran cosa de ricos, nuestros pies sólo calzaron alpargatas. ¡Y ahora te las hacen de diseño y las jovencitas delgaduchas esas, de las que te hablaba antes, se gastan un pastizal en esparteñas! ¡Esparteñas, Joaquín, esparteñas, no zapatos de charol! ¡Venga, hombre, el mundo del revés!
—Llevas razón.
—¡Claro que la llevo! ¿Es que no lo ves? Oye, tú, ¿y a que los ricos de nuestro tiempo estaban blancos como el papel y se guardaban de morenearse por no dar a entender que les hubiera dado el sol?
—Gordos y lechosos.
—¡Ahora pagan por verse delgadicos y retostaos, como cuando se buscaba mi padre el duro de jornalero en los campos de los señoricos! ¡Negros como el serón, y más negros si pueden! ¡Y se apuntan a gimnasios, que cuestan dineros, para deslomarse por deslomarse! ¡Si mi padre que en paz descanse estaba trabajao de tanto cargar con fardos y darle a la vara de la aceituna! ¡Mi pobre padre, por cobrar cuatro perras, y ahora lo pagan, pagan para ponerse a sufrir los músculos, para destrozarse a sudores y partirse la espalda en un gimnasio! ¡Y eso es salud! ¡Coño, Joaquín, mi padre estaba la mar de sano con el ejercicio físico que ahora recomiendan los doctores! ¡Lástima que mi padrecico se me muriese con cuarenta años de un catarro mal cuidado de cuando iba a recocer el esparto en las lagunillas! ¡Coño, y se murió sanote a base de ejercitar la musculatura!
—No, si al final íbamos a ser nosotros los privilegiados...
—Joaquín, que mi madre se rejuntó luego con uno de las eras por buscar quien la ayudara a sacar adelante a mis ocho hermanos, y la miraron mal, y la pobre la recuerdo llorándome y diciendo que ella lo que quería era casarse como Dios manda, pero que no lo hacía porque si no le quitaban la poca ayuda que le daba el Estado por viudedad, y además que no tenía ni para pagarle al cura las bendiciones, que hasta para eso había que soltar ahorros. ¡Joder, y ahora se rejuntan los hijos de los ricos y se pasan todo por el forro, lo que antes era obligado y mal visto ahora es por gusto!
—Hombre, yo eso lo veo bien.
—Y yo, Joaquín, que no critico, que sólo te quiero hacer caer en la cuenta del asunto.
—Cómo ha cambiado la vida...
—¡Sí, pero que los que ahora viven en cuevas por capricho nos dejen los pisos a los que tuvimos que nacer en ellas por necesidad! ¡Y los que se gastan un dineral en papas a lo pobre en un restaurante nos conviden a langostinos a los pobreticos que no los hemos catao!
—El otro día, Tuertolatroje, me enteré de una ayuda para la emancipación que da el Gobierno y que el hijo de los señores esos catedráticos que a veces me regalan la ropa que se les ha quedado pasada de moda la ha pedido. Son doscientos euros para los jóvenes que no puedan hacer frente a un alquiler y han saltado de su casa. Pues bien, el chaval sigue viviendo con los padres, pero se saca esos eurillos porque un primo de los padres le ha hecho un contrato de alquiler como si viviera con él, y es mentira la cosa pero se embolsa el subsidio.
—Yo también me sé de uno que va siempre con prisas a cobrar el paro en la caja de ahorros porque mientras ha dejado a medias la faena que por otro lado se busca y que cobra en negro. Nunca le falta tarea a ese de quien te hablo, porque la cobra barata, sin iva y sin dar cuenta de impuestos.
—Joder, quitándole el pan a quien de verdad lo busca honradamente.
—Sí, Joaquín, sí, así es. Ahora, a los que no les hace falta también trapichean la caridad del Gobierno, y sin que se les caiga la cara de vergüenza.
—Lo que faltaba, Tuertolatroje, los ricos han acabado por robarnos hasta las cosas propias de los pobres. Menudo sindios...
—¿Lo dudabas?

lunes, 18 de mayo de 2009

Maupassant, ese gran salido.

Pues sí, Maupassant paseaba con su amigo Flaubert —otro que bien baila— por los arrabales parisinos de la orilla más canalla del Sena, cuando se les cruzó por derecho un par de obreras alegrotas, jóvenes, rollizas, de mejillas sonrosadas y sudores mermeládicos, unos moños a la deshabillé de peinas y andamiajes, carnes firmes, algo sucias y dignamente frescachonas.
Cogidas del brazo andaban rápido con un contoneo de caderonas fértiles, recién salidas de su fábrica de gorras, pobretona y atestada de jovencitas como ellas, hembras en estado puro, carne de Mérimée.
La conversación entre ambos caballeros fue la que sigue.
—Gustave.
—Dime, Guy.
—¿Te has parado a pensar que debajo de esas faldas...
—Sí.
—Y debajo de esos refajos...
—Sí.
—Y debajo de esas enaguas...
—Sí.
—Y debajo de esos pololos...
—Sí.
—Y debajo de esas calzas...
—Sí.
—Y debajo de esas bragas...
—Sí.
—...no llevan nada, las muy putas?

martes, 12 de mayo de 2009

Angelico mío...

Josep Pla se parece a Josep Pla en que los dos son de Palafrugell. No, espera, hay más.
Josep Pla descubrió a Josep Pla cuando en el instituto le hicieron leer El carrer estret, entonces le hizo gracia la coincidencia y —como la adolescencia es una edad muy mala— le dio por fumar cigarrillos de liar y endosarse de vez en cuando chaqueta negra. Incluso probó cómo le quedaba la boina, pero a sus diecialgo años la cosa se le hacía cuesta arriba.
Total, que se conformó con fumar de liar —que él llamaba “caldo” para sorpresa de sus colegas, que se reían sin saber de qué— y llevar chaqueta negra de vez en cuando.
—¿Niño, para el bautizo de la sobrina te vas a vestir como de entierro?
Le dijo su madre al verle bajar las escaleras.
—Mamá, me gusta así y punto.
—Es que eres más raro, Josep...
—Sí, mamá.
Creció, pasó a la universidad, se metió en Románicas y luego hizo el curso puente para Filología Hispánica. Escribía versos, publicaba plaquetes (o como se diga), pasaba las tardes tontas de tertulia en tertulia, admiraba a los de cursos superiores porque los veía como luchadores idealistas, pasaban los días, se acostó unas treinta veces en cinco años de carrera con, que se sepa, dos amigas y una novia rollete, le gustaba posar de humilde, se las daba de conocer la literatura finisecular del Modernisme temprano mejor que nadie, decidió hacer un doctorado sobre el Modernisme temprano (“y la influencia simbolista de Charles Nodier en los artículos residuales de la prensa filoconservadora catalana: el caso de Jordi Costansa Gavina”), hizo los dos años de doctorado, le dieron el Diploma de Estudios Avanzados, su padre le dijo:
—Josep, va siendo hora de buscarnos algo, eh.
Él se pasó el aserto por el forro, siguió de tertulias nocturnas, se reencontró con algún que otro admirado alumno de cursos superiores trabajando de camarero, trabajando de segurata, estudiando oposiciones —o jurando que las estudia—, no diciendo lo que hace con su vida, porque no hace nada y lleva un tratamiento con antidepresivos... Total.
Una mañana, nada más levantarse de la cama (12:34 am, ya pm para algunos) se dijo.
—Yo soy escritor, por Dios, cómo voy a huir de eso.
El sentido trágico de la vida se le aferró al gaznate. Se lió su primer cigarro sin peinarse ni quitarse el pijama, lo rechupó, se miró de reojo los dedos amarillentos de años de liar tabaco, se sonrió, lo encendió, tosió y expectoró verdoso, como de viejo de ochenta, y se revistió de Pla.
Con la bata a cuadros cubriendo su blancuzca anatomía, decidió comenzar a ser Josep Pla. Contaba con veintisiete años y quería ser Pla. Pla, a su edad, ya llevaba mucho mundo corrido y se merecía terminar siendo Pla, pero Josep pretendía ser el último Pla sin pasar por los otros Pla y, ni mucho menos —por cuestiones de tiempo ya irrecuperable— iba ya a convertirse en Pla desde la temprana edad en que Pla puso la primera piedra para llegar a ser Pla.
—Me voy a hacer un blog.
Se dijo.
Le hizo gracia. Su propio Cuaderno Gris. Cada día escribiría, desde su desencantada óptica, de las cosas pequeñas que le sucedieran a diario, con una visión entre poética y desapasionada, propia de un cronista de lo único que es honradamente ponderable: su propio existir. El colmo de la modernidad, qué coño.
Antes de decidirse a dar el trascendente paso, se remoloneó consultando el correo electrónico, mirando alguna pamplina de power point que le había enviado algún colega de promoción de vida tan anodina como la suya, contestándole al mail con “XD”, “;)” y chorradicas similares, se metió, por meterse, en una página porno heterodoxa y escatológica (13:28 pm), se descargó (13:32 pm), volvió a lo suyo algo más relajadito, consultó nosequé puñetas que se le vino a la cabeza, se dijo “venga, tio, no remolonées” y se conectó a Blogger.
—¡Cómo —exclamó sorprendido—, que tengo que abrirme una cuenta de Gmail para hacerme el blog! ¡Pero qué coño se creen éstos!
—¡Nene, la comida!
La madre gritó desde la cocina (13:41 pm).
Josep Pla dejó para más tarde lo de comenzar a ser Josep Pla.

viernes, 8 de mayo de 2009

Pérez Reverte y los piratas

Julián Muñoz, ponente en los cursos de verano de la Universidad
ELPLURAL/ANDALUCIA


Arturo Pérez Reverte se dijo:
—Eres la ostia, Arturito.
Y apagó el portátil. Se puso en pie, se recolocó el pantalón vaquero después de tanto rato sentado, contempló la pantalla del portátil hasta que se hubo cerrado correctamente el Window, lo dobló como quien hace lo propio con un libro, agarró la cajetilla de Chester, sacó de ella a su último inquilino, le metió fuego y estrujó la cajetilla de Chester.
Lanzó camino de la papelera la bolita de papel, plástico y sello del Estado, como para un enceste perfecto. Pero erró el tiro: la papelera se le movió.
—Puta marejadilla cartajenera.
Arturo Pérez Reverte salió de su camarote a cubierta con el empaque de un torero, palpándose el paquete y aullando humo azul.
Se acercó —manteniendo perfectamente el equilibrio entre vaivén y vaivén— hasta donde se encontraba Javier Marías, un poco a proa, con las patas colgando por entre el barandillaje y sus dedos regordetes asidos al frío metal con resudores fríos y pelados.
Mondos y lirondos.
—¡Qué! —estampó Pérez Reverte un manotazo en la espalda a su colega— ¡Andamos jodío!
—Algo de eso...
Pérez Reverte se descojonó.
—Ten cuidado no me vomites en cubierta, que me desluces el trabajo del calafate y luego cuesta darle arreglo —se sentó a su vera, en postura similar pero con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Y el místico?
El místico era Juan Manuel de Prada.
—Por ahí andará —contestó Marías como buenamente le salió la voz del cuerpo.
Pérez Reverte miró para atrás.
—Pues yo no lo veo, o es hombre al agua o está de rosarios por sus aposentos...
—Lo segundo, lo segundo... —dijo Javier Marías antes de soltar una bocanada amarillenta que terminó haciendo espirales entre las olas picudas del Mediterráneo, previo a ser engullida por la mar.
—¡Hala! —expresó el capitán del velero— ¡La próxima vez va a invitaros a un fin de semana marinero vuestra puta ma...!
Javier Marías interrumpió a Pérez Reverte con un imperioso gesto de mano, como un stop. Acto seguido le señaló un puñado de cartas abiertas que permanecían bien agarradas, evitando el desparrame, sujetas bajo su culo.
—Coge la primera... —le indicó a la T mayúscula.
—¿Esta?
—Sí.
—Es el programa de los cursos de verano de la Rey Juan Carlos. No tardará en llegarme la carta a mí también, como todos los años.
—Mira quienes son los ponentes del seminario que organizan sobre prensa y corrupción política.
Pérez Reverte leyó, entornando los ojos. Marías volvió a lo suyo de las bilis removidas.
—¡Coño! —exclamó la T— ¡Será una broma!
—¡Ja! —ironizó Marías.
—¡No me lo puedo creer!
—Pues así es...
—¡Lo que faltaba!
—Tú verás...
—¡Este país está cada día más cerca de transfigurarse de una mierda en una puta mierda! ¡Una putísima mierda!
—Y con dinero público...
—¡Y con nuestro dinero, el tuyo y el mío, Javier!
—Hombre, no se puede negar que el ponente conoce el tema sobre el que va a disertar...
Pérez Reverte se puso en pie, con la carta estrujada entre su puño. Habló como para la mar.
—¡Mira que esto se va por el váter, que se va por el váter! ¡Una sociedad que encumbra a los tíos asquerosos, corruptos, ladrones, como modelos a seguir, y que encima se regodea poniéndolos como ejemplo, que los mira con simpatía y les permite acceder a puestos de responsabilidad política e incluso a que pontifiquen en los paraninfos, una sociedad que le ríe las gracias a esta caterva de miserables es una sociedad ridícula! ¡Quijotes, nos dicen: Sanchos, Sanchos es lo que somos, y de la peor calaña! ¡Miserables, mezquinos, el imperio de la mediocridad! ¡Bien que lo sabía Cervantes! ¡Si es que tenemos lo que nos merecemos! ¡Un país de picaresca por defecto, de tonto el que trabaje! ¡Garrote, garrote le daba! ¡A éste lo mandaba yo a galeras!
Y lanzó al agua la bola de papel retorcido de la carta con el programa de la Rey Juan Carlos. Javier Marías le miró con cara de cordero degollado.
—Arturo, coño, que en el sobre también me venía el cheque por la conferencia que di el año pasado...
Pérez Reverte miró primero a su amigo, al puñado de papel que se desbarataba sobre el oleaje picudo del agua salada después.
—No te preocupes.
Dijo, y saltó por la borda, nadando a brazadas hasta donde se encontraba el cobro al portador.
—¿Y ese, adónde va? —preguntó Juan Manuel de Prada, que acababa de subir de manolearse en su camarote.
—A resolver una cuestión de honor —respondió un cada vez más mareado Marías.
Juan Manuel de Prada contempló cómo Arturo Pérez Reverte luchaba a brazo partido contra el oleaje, con riesgo de la propia vida, para rescatar sano y salvo el cheque al portador de Javier Marías.
—Marista... —susurró, como para sí, el autor de Coños.

lunes, 4 de mayo de 2009

Tuneo conceptual

Clarín.com
LA CRISIS ECONOMICA INTERNACIONAL
Cifra récord de desocupados en España: ya suman cuatro millones.

Madrid. Corresponsal

Baldomero el Zancas tuvo un padre maquis. El bueno de Baldomero debe su apodo a dos paturras como de metro y pico cada una. Dicen que su padre, el maquis, era chiquitico chiquitico, y que el hijo le salió igualito que Mauricio el cartero de Tragaloperro, provincia de Soria. Pero eso es otra historia (provincia de Soria... provincia de Soria...).
Baldomero el Zancas ronda ya los sesentaitantos, tendría que estar jubilada la criatura pero no encuentran a otro que haga mejor su trabajo, y mientras el cuerpo aguante...
Él dice que su oficio le gusta, que como no tiene a nadie esperándole en la casa —Baldomero es solterón antiguo—, pues que echa el rato en sus quehaceres, y charla con los oficiales que tiene a su cargo, y así pasa el día. Siempre hablan de política o de fútbol, y ni de lo uno ni de lo otro se baja Baldomero del burro: él es del Numancia, republicano, con carnet de la CNT desde 1972 y el mejor jefe de jardineros que ha tenido nunca el palacio de la Zarzuela.
Esa mañana de mayo se encontraba tomándose un cafelito en las cocinas de palacio, mientras leía los titulares de El País y parlamentaba con Jacinto Pérez y Pérez, fregantín de suelos y platos finos, asesor en cristalerías de la Casa Real y camarada de Baldomero en la CNT (se sacaron el carné juntos, la misma mañana de aquella borrachera).
—¡No te jode! —exclamó Baldomero— Dice aquí: “la gripe A”, y el otro día en la tele se pusieron finústicos con eso de “la nueva gripe”, y dale con lo de “la nueva gripe”...
—La gente, que no le sale de los mismísimos dejar a Dios vivir, siempre inventando.
—Que yo no digo nada, pero que si es la gripe porcina, pues la gripe porcina..., pero la fineza esa de “Nueva gripe”, parece el nombre de una colonia fundada por Pizarro...
Jacinto se sonrió.
—Hubiese sido un nombre muy a tono...
—¡Qué sí, Jacinto, que todo esto lo hacen para tenernos engañados! ¡Que lo del tuneo conceptual funciona, y nos abotargan, y nos aborregan!
—Ya, se empezó con lo políticamente correcto y hemos acabado así...
—¡Qué coño hemos acabado, si esto no ha hecho más que empezar! ¡Juegan al mareo, Jacinto, que te lo digo yo...!
Jacinto estaba quitando el carmín de las copas con filo de oro. Carmín de princesa de Asturias, buena pieza para un fetichista.
—Y con lo de la crisis —dijo—, ni te cuento. Ya ves, primero que si estamos en “crecimiento negativo”, “desaceleración acelerada”, luego que si “recesión”...
—¡Crecimiento negativo, la Vírgen del Carmen! —Baldomero era anarquista pero muy devoto— ¿Qué carajo es el crecimiento negativo?
—Con lo fácil que es decir: nos vamos todos al garete.
—¡A tomar por saco!
—A la mismísima caraja...
—Pues espera, que con los despidos que son “ajustes de plantilla”, las subidas del precio de la luz y del gas que nos las ponen como “actualizaciones de tarifas”...
—Queda hasta bonito.
—Sí, muy vistoso.
Baldomero volvió a hundirse en el mutismo de los titulares de prensa. Jacinto acabó de secar la vajilla Pickmann de Alfonso XIII, algo desportillada desde la visita de los primos griegos de Doña Sofía.
—¡Bueno, y esto es lo mejor! —el Zancas había encontrado otro titular de los de traca— Les ha dado a estos de los medios de comunicación por llamar “desocupados” a los “desempleados” de antes, que son los “parados” de toda la vida...
—Será por no herir sensibilidades...
—¡Cómo si buscarse un trabajo no fuera suficiente ocupación para los pobreticos! ¡“Desocupados”! ¡Valiente capullo el que le dio por inventar el disfraz!
—Sí, pero es que así todo queda como más festivo, Baldo, todo parece como un perpetuo picnic...
—Este país se va a la mierda...
—Al “humus de sustrato fertilizante”, querrás decir.
—A tomar por culo, te digo.
—No utilices lenguaje homófobo, Baldomero.
—¡Yo utilizo lo que me sale de la...!
Sonó el timbre acampanado, el ancestral “busca” de cuerda y badajo.
—Te reclaman —dijo Jacinto.
—¿A mí?
—Viene de la rosaleda.
—¿Qué querrá ahora?
—Lo mismo a las little white pet les hace falta “humus de sustrato fertilizante”...
—No te rías, cabrón.