lunes, 18 de mayo de 2009

Maupassant, ese gran salido.

Pues sí, Maupassant paseaba con su amigo Flaubert —otro que bien baila— por los arrabales parisinos de la orilla más canalla del Sena, cuando se les cruzó por derecho un par de obreras alegrotas, jóvenes, rollizas, de mejillas sonrosadas y sudores mermeládicos, unos moños a la deshabillé de peinas y andamiajes, carnes firmes, algo sucias y dignamente frescachonas.
Cogidas del brazo andaban rápido con un contoneo de caderonas fértiles, recién salidas de su fábrica de gorras, pobretona y atestada de jovencitas como ellas, hembras en estado puro, carne de Mérimée.
La conversación entre ambos caballeros fue la que sigue.
—Gustave.
—Dime, Guy.
—¿Te has parado a pensar que debajo de esas faldas...
—Sí.
—Y debajo de esos refajos...
—Sí.
—Y debajo de esas enaguas...
—Sí.
—Y debajo de esos pololos...
—Sí.
—Y debajo de esas calzas...
—Sí.
—Y debajo de esas bragas...
—Sí.
—...no llevan nada, las muy putas?

1 comentario:

  1. hahahaahahahahaha!!!!
    Sin duda el mejor de todos tus artículos por el momento.

    Ya lo decía Torrente, si es que las visten como putas.

    ¡Rey moro! ¡que te como esa cara morena!

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