miércoles, 15 de julio de 2009

LA GENTE ESTÁ MUY MAL (I)

—Comprenda usted, señor Hurtado, que mi posición es más que respetable, como antes se decía entre la gente de educación. Tengo amigos, ¡qué digo amigos: amiguísimos!, en ciertas esferas, usted ya me entiende, importantes, muy importantes. Influyentes. Y enemigos poderosos, que todo hay que decirlo también. La calidad de la persona se conoce por el nivel de sus enemigos...
La imaginación se me fue al Doctor No, así, sin quererlo. Luego pasé al Joker, a Fuman Chú y a Moriarty.
Friki de los cojones...
—Doy por sentada su discreción, señor Hurtado.
Ah, y también se me vino a la perola el Doctor Gang, y el tío ese del cuerno de Dragones y Mazmorras (cómo es... ¡Venger, Venger es! Muy pocos saben que en realidad era hijo del Amo del Calabozo. Pero yo sí que lo sé. Soy un friki con recursos), y me permití la licencia de acordarme del Doctor Doom, que ya ves tú lo que a mí me importa la Marvel... Por cierto, menuda caterva de malos con el doctorado hecho. La lista no tiene fin. Un puto reflejo de la vida misma. El Doctor Maligno, el Doctor Octopus... Seguro que Bin Laden es doctor en algo (nota mental: buscar en la Wikipedia los estudios superiores de Bin Laden).
—¿Señor Hurtado, me está usted escuchando?
—Sí, doña Encarnación, no pierdo jopo.
—¿Qué?
—Nada, usted ya me entiende.
—Bien, me gustaría saber si entonces puedo contar con sus servicios.
La vieja aquella del perrito faldero ya me había tocado sobradamente los mondongos con la tontería de la pintada amenazadora. Yo no sé lo que se pensaría la mujer que iban a hacerle. Si la violaban hubiera sido un favor, pero pura quimera tal posibilidad. Matarla: el favor seguro hubiese sido para los vecinos. Además, la pintada de la que me hablaba no dejaba claro las intenciones de los acosadores. “Eres gorda y canallesca”.
Hombre, tenía arte la cosa.
—Pues mire usted, señora —le respondí al fin—, yo por mí le hago el encargo, pero honradamente es mi deber decirle que no veo la cosa como para tanto, y contratar a un detective sólo para saber quién o quiénes le gastan una broma de mal gusto, sin más, pues qué quiere que le diga...
—Si es por el dinero...
—¡No, no, el adelanto es muy generoso, señora, eso ya se lo digo yo! Pero se lo comento por mera ética profesional. La cosa cambiaría si hubiera recibido usted alguna amenaza más específica.
—¡Lo mismo me dijo la policía y por eso he acudido a usted, señor Hurtado! ¡Si este caso le parece poca cosa me marcho con mi problema a otro detective! ¡En Madrid abundan, y el trabajo escasea!
Pero la tía no hizo ni el ademán de levantarse de la silla.
Qué se pensaría la gorda, que me chupo el dedo. Para que terminara encargándome a mí la mierda esta ya le había tenido que ir con el cuento a más de uno que por supuesto la había mandado a freír moñigas. Yo era bien consciente de mi posición en este negocio: el último plato, el nuevo, el becario, el de coña, el vagón de cola, el de lo que nadie quiere. Venga ya...
—No, señora, nada de eso, usted no se preocupe. Mi compañero y yo nos encargaremos de su caso convenientemente. Y ahora, si me disculpa...
Me puse en pie con el gesto prototípico de “le acompaño a la salida”, aprendido en una jartá de películas de..., de películas.
—Le ruego discreción nuevamente, señor Hurtado. Comprenda que para mí este asunto es bochornoso, un verdadero quebradero de cabeza. Mi dignidad está en juego, dejo el buen nombre de mi persona en sus manos. Confío en usted. Es algo inaudito, incomodísimo. Piense que yo tengo una reputación que mantener delante de mis amistades, que son todas de calidad. Sin ir más lejos mañana estoy invitada a una recepción en la embajada de...
—Sí, sí, señora, pero le ruego sepa disculparme —mi mejor y más cínica sonrisa custodiaba mis palabras— tengo muchos otros asuntos que resolver esta mañana y ya sabe lo que se dice...
Esperó la tía burra a saber lo que se dice, mirándome fijamente con estúpido interés.
—Que el tiempo es oro y esas cosas... —respondí con vulgar improvisación.
—En tal caso, seguiremos en contacto, señor Hurtado.
—Por supuesto, doña Encarnación. No daré un solo paso sin que usted esté convenientemente informada.
—Buenos días entonces.
—Buenos días.
Cerré la puerta, se me descabalgó la sonrisa y busqué al gallego con la mirada. Estaba el tío descojonándose en sordina parapetado tras una revista de tías en cueros, medio derrengado en el sofá de tres cuerpos de la salita de estar.
—Menuda cotorra —me dijo.
—Pesailla.
—Un coñazo. ¿Y qué es lo que pone en la pintada?
—“Eres gorda y canallesca”.
—Y cotorra —se rió—. Todavía me voy esta noche y le pongo la coletilla.
—Falta hace, gallego.
Me volví camino de mi despacho, donde me esperaba un Montecristo de buen calibre envuelto en papelillo de seda color verde, regalo de una buena amiga, y que aquella mañana merecía ser fumado a la salud de doña Encarnación de nosequé y nosecuanto, viuda de otro que me importaba un carajo, y de sus neuras de vieja chocha harta de billetes.
—Daniel.
—Qué pasa, gallego.
—Que sepas que el perrillo se ha cagao en la alfombra del hall.
Dirigí una mirada de furia al suelo de la entradita. Efectivamente: una catalina más grande que el puto yorkshire.
Me encendí. No te jode...
—¡Será la tía gorda y... y... canallesca!

3 comentarios:

  1. y cotorra!!!!

    pero... ¿quién se resiste al encanto de un detective al que le regalan montecristos envueltos en papel de seda verde? ¿eh? ¿eh? a ver, ¿quién?

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  2. ole y ole!!!! ya sabemos que fue del joven Daniel y del gallego, ale a esperar nuevas entregas. Me encanta. Pobre abuela canallesca.....

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  3. Y a mí que me ha recordado a Vázquez Montalbán, fíjate tú. Me estaba yo acordando de la primera vez que escuché eso del "Jol". Me parece que fue en la consulta de un médico:
    -Pase, pase y espere usted en el "jol".
    Y le dije:
    -Si no le importa, me voy a quedar mejor un rato a la "jombra", que yo en el "jol" sudo mucho.

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